El taxi apenas se detiene y yo ya estoy fuera, corriendo hacia la entrada del hospital. El aire frío de la tarde me corta la piel, pero ni siquiera lo siento. Solo tengo un pensamiento fijo, "mi hijo está aquí adentro, y todavía no sé qué es lo que le pasó, solo sé que necesita todo de mí".
—¡Mi hijo! ¡Liam Mitchell! —grito apenas cruzo las puertas, acercándome al mostrador de recepción. Mis manos tiemblan, no puedo controlar la voz. —Me dijeron que lo trajeron de la escuela… que se puso mal.
La recepcionista me mira con calma forzada, teclea en la computadora.
—Sala de pediatría, segundo piso.
Ni siquiera espero más. Corro, casi tropiezo con las escaleras, los latidos de mi corazón martillan en mis sienes.
Cuando llego, la primera persona que veo es la señorita Herrera, la maestra de Liam. Está sentada en una de las sillas del pasillo, con expresión preocupada. Se levanta en cuanto me ve.
—Señora Ava… lo siento mucho. Él se desmayó en clases, no reaccionaba bien, así que lo trajimos enseguida. El médico solo nos dijo que esperáramos.
La palabra “esperar” me destroza. Cada segundo me parece una eternidad. Me siento frente a la puerta cerrada, las uñas enterradas en mis palmas, las piernas temblando.
El silencio del pasillo es insoportable. La maestra intenta hablarme, pero no escucho nada. Solo el eco de mi respiración entrecortada y el miedo que me devora.
[***]
Saco el celular con manos que no son mías y marco a Colín. Tengo que avisarle y pedirle un favor urgente: que vaya por Lia a la escuela y la calme, que le diga que su hermanito está siendo atendido y que pronto volveremos a estar con ella.
—¿Hola? —contesta al primer timbrazo, con la voz sorprendida—. Ava, ¿qué pasa? ¿Estás bien?
—No —le digo sin rodeos, con la respiración entrecortada—. Liam... mi bebe, está en el hospital. La señorita Herrera dice que se desmayó en plena clase, y quedó completamente inconsciente. ¿Puedes, por favor, recoger a Lia y decirle que su hermanito estará bien y que volveré por ella pronto? Por favor, Colín, ella debe estar asustada y llorando —suelto suplicando, lo que mi mente se imagina.
—Voy ahora mismo —responde de inmediato—. No te preocupes, yo voy por Lia y la llevo a casa de mis padres. ¿En qué hospital estás?
Le doy el nombre y que estoy en el área de pediatría, aunque tengo el corazón en la garganta, su voz al otro lado de la línea me da un hilo de calma.
—En cuanto deje a Lia con mi madre, voy para allá contigo —oigo decir—. Recuerda, Ava. No estás sola. Me tienes a mí.
Cuelgo, con la certeza de que él ya corre por la ciudad para ir por mi pequeña. La maestra me mira con ojos húmedos y me dice en voz baja que intentó tranquilizar a Lia antes de venir, pero la niña entró en pánico al ver a su hermano en el suelo.
Pobre de mi niña. Sin verla, puedo sentir lo asustada que está ahora. Solo espero que Colín y la señora Coleman, puedan calmarla mientras yo regreso y la abrazo.
Finalmente, después de un tiempo que parece infinito, la puerta se abre. Un médico aparece.
Es alto, de cabello rubio y perfectamente peinado, la bata blanca impecable sobre una camisa azul. Sus rasgos son marcados, de esos que cualquiera consideraría atractivos. Pero yo no le tomo importancia a eso. Solo veo la carpeta en sus manos. Ahí está el diagnóstico de mi hijo.
Su mirada recorre el pasillo y pregunta con voz grave:
—¿La madre de Liam Mitchell?
—Yo —me pongo de pie tan rápido que casi me mareo.
En cuanto sus ojos se cruzan con los míos, el tiempo se congela. Él se queda callado unos segundos de más, como si algo lo hubiera golpeado por dentro. No entiendo nada, no me importa. Quiero respuestas.
—Doctor, ¿cómo está mi hijo? —mi voz se quiebra.
Él inspira profundo, baja un segundo la mirada hacia los papeles, y luego me la clava de nuevo. Sus palabras caen como cuchillos:
—Todo parece indicar que su hijo presenta signos de leucemia.
El suelo desaparece bajo mis pies. La garganta se me cierra, no puedo respirar.
—¿Qué… qué dijo? —balbuceo, con las manos heladas.
La maestra se lleva una mano a la boca, conteniendo un sollozo. Doy un paso atrás, el cuerpo entero me tiembla.
El doctor sigue hablando, con la calma profesional que suena cruel en mis oídos:
—Necesitamos hacer más estudios para confirmarlo, pero los análisis iniciales son claros. Su hijo está muy delicado de salud.
Las rodillas me flaquean. Me sostengo de la pared para no caer. Las lágrimas me ciegan, el corazón me duele como si lo estuvieran arrancando con las manos.
—No… no puede ser —susurro, apenas con voz.
El doctor guarda silencio, respetando mi derrumbe. Pero ya no escucho nada. Solo un pensamiento me atraviesa el alma, tan desgarrador como la noticia misma:
“Liam… mi pequeño… mi bebé… tu no.”
La habitación está en penumbras, solo iluminada por la luz tenue que entra por la ventana y por la pantalla del televisor encendido en silencio. Liam duerme en la cama blanca del hospital, con el suero conectado a su brazo diminuto. Cada tanto se mueve un poco, como si su cuerpo no lograra descansar del todo.
Yo estoy sentada a su lado, con un libro de cuentos abierto entre las manos. Mi voz tiembla al leerle, pero me esfuerzo por sonar tranquila, por regalarle un momento de calma, aunque él esté dormido. Quiero creer que me escucha.
—…y entonces, el caballero levantó su espada y juró proteger al reino con todo su corazón… —leo, y mi garganta se aprieta—. Igual que yo te protegeré a ti, mi amor. Siempre.
La puerta se abre suavemente y una enfermera entra con pasos seguros. Se acerca a revisar el suero, a mirar las cifras de los monitores que registran los latidos de mi hijo.
Todo parece en orden.
—¿Desea que apague el televisor, señora? —pregunta en voz baja, como si temiera interrumpir la lectura—. Así no hay distracciones.
Levanto la cabeza para contestarle, pero me quedo congelada. En la pantalla, justo en ese instante, aparece un nombre que corta mi respiración:
“Logan Langford”.
—Espere —le digo de golpe, casi en un susurro desesperado.
La enfermera se detiene antes de presionar el botón del mando. Me pongo de pie y camino despacio hacia la televisión, con el corazón golpeándome en el pecho.
—Por favor, déjelo encendido… y súbale un poco el volumen.
Ella asiente y obedece.
El sonido llena la habitación. La voz del conductor resuena clara:
—“Logan Langford, ahora es el nuevo CEO del Imperial Langford Group…”Mi estómago se contrae. Mis ojos se clavan en la pantalla, donde aparece su rostro.
Logan.
Más maduro. Más atractivo. Pero distinto. Ya no mi Logan.
No hay sonrisa en su boca, ni brillo en su mirada. Solo una máscara rígida, fría, como si la vida le hubiera arrancado todo rastro de emoción. Como si la calidez que yo conocí hubiera sido reemplazada por acero.
Esto fue lo que hice, lo convertí en un hombre sin emociones.
El presentador sigue hablando, mencionando cifras, negocios, poder… pero yo apenas escucho. Solo puedo mirarlo a él, sintiendo cómo mi mundo vuelve a tambalearse.
El corazón me golpea con la misma fuerza de hace años, cuando lo perdí.
—Logan está de regreso… —susurro, con la voz quebrada, mientras aprieto el libro contra mi pecho.