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Capítulo 4: Una fiesta de cumpleaños sencilla

Capítulo 4: Una fiesta de cumpleaños sencilla

Han pasado cinco años.

Mis pequeños están a punto de cumplir seis, y aunque el dinero nunca alcanza para lujos, quiero que tengan una fiesta que les recuerde que son amados. Que, aunque la vida nos haya golpeado, siguen siendo mi alegría más grande.

El apartamento no es grande, pero hoy brilla distinto. Colín sigue a nuestro lado, ahora se ha incluido a nosotros Ximena, una amiga que hice en el trabajo. Ambos me ayudan a preparar la pequeña fiesta de cumpleaños. 

Decoramos con globos y guirnaldas de colores. Pongo algunas golosinas en la mesa, un pastel casero que horneó la madre de Colín y unas gaseosas sin azúcar, porque ya con los dulces tenemos suficiente y no quiero que los niños acaben saltando encima de los muebles.

Tal vez la fiesta no sea nada extravagante… pero todo es hecho con cariño.

Liam corre de un lado a otro con una corona de papel en la cabeza, proclamándose “rey de la fiesta”. Lia, con el vestido rosa que la madre de Colín le regaló, gira como bailarina cada vez que alguien le aplaude. Su risa llena la sala.

Invité solo a los más cercanos: Derek, que nunca falla; dos compañeros del restaurante, los cuales trajeron a sus pequeños hijos, y a la señora Coleman, la madre de Colín, que desde el primer momento me trató como a una hija y a mis mellizos como a sus nietos.

Ella les sonríe mientras los ayuda a soplar las velas del pastel.

—Pidan un deseo —dice, emocionada.

Lia pide una muñeca que hable. Liam grita que quiere un dinosaurio gigante. Todos reímos, y por un instante olvido los problemas que me rodean.

Después del pastel y los juegos, la sala queda llena de envolturas de golosinas, de vasos vacíos y el eco de risas infantiles. Los niños están ocupados abriendo regalos cuando Colín se acerca. Me ayuda a recoger platos de plástico, pero noto la tensión en sus manos.

—Ava, necesito hablar contigo —susurra.

—¿Ahora? —pregunto, arqueando una ceja.

Él asiente, deja lo que tiene en la cocina y regresa a mi lado; de pronto, se arrodilla frente a mí.

El aire se me queda atrapado en el pecho.

En su mano brilla una caja pequeña bajo la luz tenue del foco.

—Desde que te conocí me gustaste —confiesa, su voz cargada de verdad—. Con el tiempo… aprendí a amarte. Nunca tuve el valor de decírtelo, ya sabes el porqué. Así que preferí esperar el momento. Te he visto luchar, criar sola a Liam y Lia, y no sabes cuánto te admiro cada día más. Ava, cásate conmigo. Déjame ser parte de tu vida… de sus vidas.

El silencio pesa como plomo.

Ximena abre la boca sorprendida. La señora Coleman se cubre el rostro con las manos. Derek se queda boquiabierto.

Y entonces, como si el universo no quisiera darme tiempo para aclarar esto, las vocecitas que más amo interrumpen.

—¿Que es esa palabra, "cásate”? —pregunta Liam, rascándose la cabeza.

La sala entera contiene la respiración.

—Es cuando dos personas deciden ser pareja para toda la vida y viven juntos —Ximena le sonríe y es la que se aventura a dar la explicación. —Colín se convertiría en un esposo para tu mamá y un papá para ustedes.

Le dijo con suavidad y ternura, y yo le agradezco con un movimiento de cabeza.

Pero antes de que yo pueda decir algo, Lia frunce el ceño y grita:

—¡No! Yo no quiero eso. —Su dedito señala a Colín—. ¡Él es mi tío, como mi tío Derek! No puede ser mi papá.

Un murmullo recorre la sala. Colín se queda helado, el anillo aún abierto en su mano. Yo me apresuro a cerrar la caja y la tomo entre las mías.

—Hablaremos de esto después —digo en voz baja, nerviosa, acariciando el cabello de Lia. Pero mis ojos están puestos en Colín—. Ahora solo disfrutemos de su cumpleaños.

Los niños vuelven a sus juguetes sin prestarle ya atención a lo de antes. La fiesta se apaga poco a poco, entre miradas incómodas y sonrisas forzadas.

[***]

Horas más tarde, cuando todos se han ido y mis mellizos duermen profundamente, el silencio llena el apartamento. Colín y yo estamos en el sofá.

Él evita mi mirada, juega con la caja cerrada entre sus manos. Yo respiro hondo antes de hablar.

—Colín, gracias por todo lo que has hecho por mí y por mis hijos. Eres parte de nuestras vidas. Pero… no puedo corresponderte. 

Su mandíbula se tensa. Guarda silencio unos segundos que se sienten eternos.

—¿Es por lo que dijo Lia? 

—No, Colín, tu sabes que no puedo darte el amor que mereces. Por más que lo intente, nunca podre amar a otro hombre.

Al final asiente, con los ojos clavados en el suelo.

—Lo sé… —susurra—. Solo necesitaba intentarlo. Decírtelo en voz alta.

El aire se vuelve denso, como si ambos supiéramos que algo acaba de romperse, aunque todavía seguimos ahí, lado a lado.

[***]

Los días pasan, trato de retomar la rutina. Entre el trabajo en el restaurante y los cuidados de los mellizos, apenas tengo tiempo de pensar en nada más.

Estoy por terminar de atender en una mesa cuando vibra mi celular en el bolsillo del delantal. Veo el número y el estómago se me encoge: es de la escuela. Así que me disculpo con los clientes diciéndoles que su orden estará lista pronto.

—¿Señorita Mitchell? —la voz de la secretaria suena apresurada en cuanto respondo—. Liam se puso mal a la hora de clases. Su estado parecía delicado, por eso fue trasladado de urgencia al hospital de la ciudad.

El ruido del restaurante desaparece. El aire me falta.

—¿Qué?… ¿Cómo que al hospital? —mi voz tiembla.

—No se preocupe, ya está siendo atendido, eso me dijo la maestra que envié para que lo acompañara, pero debe presentarse allí cuanto antes.

El celular casi se me cae de las manos. El corazón me late con tanta fuerza que siento que me va a partir el pecho.

Dejo la charola sobre la mesa de la cocina y salgo corriendo sin pensar en nada más, sin avisarle a mi supervisor, a nadie.

Solo un pensamiento me taladra la cabeza: “Por favor, que mi hijo esté bien.”

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