Capítulo 22. Sentimiento envenenado
Cassio descendió las escaleras con pasos firmes, la carta arrugada en su puño como si fuese un hierro candente que lo quemaba por dentro. Su mandíbula estaba apretada, sus ojos oscuros centelleaban como brasas encendidas. El murmullo de las criadas en la cocina se apagó de golpe cuando lo vieron aparecer, con esa expresión que no dejaba lugar a dudas.
— ¿Dónde está Damiana? — su voz resonó como un trueno en el aire espeso.
Las criadas se miraron entre sí, inquietas. Una de ellas se atrevió a señalar hacia el corredor que conducía a los jardines. Cassio no esperó más: se dirigió hacia allí con zancadas largas, el corazón martillándole en el pecho con furia.
La encontró junto a un seto de bugambilias. Al verlo llegar con esa expresión feroz, Damiana se estremeció, pero intentó mantener la compostura.
— Cassio… — su voz tembló —. ¿Qué ocurre?
Él levantó la mano, mostrando el papel arrugado. Lo abrió de un tirón y lo extendió frente a sus ojos.
— Explícame esto — exigió con voz grave, casi