Mundo ficciónIniciar sesiónLos gritos nunca mueren completamente. Solo aprenden a susurrar en las paredes.
Lyria lo supo cuando cruzó el umbral de sus aposentos y cerró la puerta detrás de ella. El silencio del castillo parecía diferente ahora. No era la ausencia de sonido, sino la presencia de algo que había estado latente bajo cada piedra durante años. El eco de una agonía antigua. El fantasma de una verdad que alguien había intentado enterrar.
Sus manos temblaban mientras soltaba el anillo en la cama de dosel. La caja de madera oscura cayó al lado, derramando la carta de Kaelen como una acusación. Lyria no la miró. No podía. Si leía esas palabras de nuevo—"Sangre maldita. Corazón de luz. La profecía comienza"—sentiría que se ahogaba.
Se acercó a la ventana de su cámara, una abertura amplia que se asomaba sobre los jardines del castillo. El atardecer había llegado sin que ella lo notara, tiñendo el cielo de un naranja sangriento. Las sombras se alargaban entre los setos de boj, como dedos que intentaban alcanzar algo que estaba fuera de su alcance.
"Tu madre era de la casa de Selene."
Las palabras de su padre resonaban en su mente como una campana que no podía dejar de sonar. Selene. La casa que protegía el Sanctasanctorum. La casa de los guardianes de la magia antigua. Y ella... ella había sido una Selene todo este tiempo sin saberlo.
Lyria presionó su palma contra el cristal frío de la ventana. Algo sucedió entonces. Algo que había aprendido a esconder desde que era una niña.
La luz respondió.
No fue dramático. No fue explosivo. Fue como si la última luz del atardecer se hubiese congregado en un pequeño círculo debajo de su mano, brillando con una intensidad que no provenía del sol. Era dorada, cálida, viva. Era de ella.
Apartó la mano bruscamente, y la luz se dispersó como agua.
Lyria inspiró con dificultad. Eso era lo que la aterró más que cualquier profecía. No que tuviese que casarse con un príncipe maldito. Era que su propio cuerpo guardaba secretos que ni siquiera ella entendía completamente.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia el baúl de caoba tallada al pie de su cama. Era el único mueble de la cámara que había sido suyo desde la infancia. Lo había heredado, aunque nadie le había explicado de quién. En ese momento, sola en la penumbra creciente, Lyria supo que había llegado el momento de buscar respuestas.
Levantó la tapa y escarbó bajo las capas de perfumed sachets, desplazando pétalos de rosa desecados hasta que sus dedos encontraron lo que buscaba. Era una pequeña caja forrada de terciopelo, tan antigua que el color había pasado de un púrpura profundo a algo más parecido al gris de las cenizas.
Dentro de la caja estaba el diario de su madre.
Lo reconoció inmediatamente, aunque nunca lo hubiera visto antes. Era como si sus manos supieran de qué estaban tocando incluso antes de que su mente lo procesara. La cubierta de cuero estaba gastada, marcada por años de uso. Y en la primera página, en una caligrafía que hizo que los ojos de Lyria se quemaran de lágrimas no derramadas, estaban las palabras:
"Para Lyria. Cuando entiendas lo que eres, entiende también lo que puedes ser. — Mamá"
La escritura temblaba en ciertos puntos, como si quien la hubiera trazado hubiese estado bajo una emoción extrema.
Lyria se sentó en el borde de su cama, el diario presionado contra su pecho. No podía abrirlo. No todavía. Si abría ese diario, si leía lo que su madre había dejado para ella, algo más que su futuro cambiaría. Algo fundamental en su comprensión del mundo se alteraría para siempre.
Se escuchó un golpe suave en la puerta.
Lyria guardó el diario bajo la almohada en una fracción de segundo y se incorporó, alisándose el vestido con movimientos automáticos.
—Adelante.
La puerta se abrió, y entró Mira.
Mira era la doncella personal de Lyria desde hacía siete años, desde que la anterior doncella había sido despedida sin explicación. Era una mujer menuda, con el cabello castaño siempre recogido en un moño impecable, y unos ojos de un gris pálido que veían más de lo que la mayoría de las personas hablaba. Llevaba en sus manos una bandeja con té de manzanilla y pequeñas pastas de almendra.
—Pensé que quizás su Alteza no hubiera comido después de... —Mira dejó la frase sin terminar, pero sus ojos dijeron lo que sus labios no podían.
Lyria observó a su doncella colocar la bandeja en el escritorio de ébano. Mira conocía el castillo mejor que la mayoría de los guardias. Había escuchado los susurros en los pasillos. Sabía que algo terrible se había revelado en el salón del trono.
—¿Mira? —preguntó Lyria suavemente.
Su doncella se giró, arqueando una ceja.
—¿Cuánto tiempo llevas sirviendo en el castillo de Valendor?
Mira parpadeó, como si la pregunta la hubiera tomado desprevenida.
—Desde que yo tenía trece años, Alteza. Eso hace diecinueve años.
—Entonces recuerdas a mi madre.
Era una afirmación, no una pregunta. Y Lyria vio en el rostro de Mira el momento exacto en que comprendió que Lyria ya sabía.
—Sí —respondió Mira lentamente—. La recuerdo.
—Cuéntame sobre ella —pidió Lyria—. No lo que el rey dice. No lo que la corte susurra. Lo que tú viste. Lo que tú sabes.
Mira se quedó inmóvil durante un momento largo. Lyria podía ver que su doncella estaba sopesando los riesgos, calculando las posibles consecuencias de hablar. Finalmente, cerró la puerta detrás de ella y se acercó a Lyria, sus movimientos cautelosos.
—Su madre fue la mujer más valiente que he visto jamás —comenzó Mira, su voz baja como una confesión—. Y la más aterrada. Esos dos sentimientos vivían en ella al mismo tiempo, como dos aguas que nunca se mezclaban del todo.
—¿Por qué estaba aterrada? —preguntó Lyria.
Mira se sentó en el taburete frente al tocador, un acto que normalmente habría sido impropio de una doncella. Pero en ese momento, en esa habitación, con la noche oscureciéndose afuera, los protocolos parecían insignificantes.
—Porque comprendía lo que usted es, Alteza. Porque sabía que el destino la buscaría. Y porque amaba al rey, aunque él fuese demasiado ciego para amar cualquier cosa más que el poder.
Lyria sintió que algo se rompía en su pecho.
—¿Murió? ¿Mi madre realmente murió?
—Eso es lo que dicen —respondió Mira, y había algo en su tono que sugería una verdad más compleja bajo esa afirmación simple.
Antes de que Lyria pudiera presionar más, Mira se levantó.
—Hay algo que su madre me pidió que guardara para usted, en caso de que llegara un momento como este. Siempre supe que llegaría. —Mira se acercó a la ventana y presionó su mano contra un panel de madera tallada en el marco. Un suave clic resonó en la habitación. Un compartimento secreto se abrió, revelando un pequeño rollo de pergamino sellado con cera roja—. Su madre dijo que si alguna vez alguien le contaba sobre la profecía, si alguna vez le explicaban que era una Selene, entonces debería leer esto.
Lyria tomó el pergamino con manos temblorosas. La cera estaba marcada con el símbolo de la casa Selene: un sol envuelto en lunas crecientes.
—¿Qué dice? —susurró.
—No lo sé, Alteza. Su madre fue clara en eso. Solo usted debe leerlo.
Lyria desenvolvió el pergamino cuidadosamente. La letra de su madre era diferente aquí, más urgente, más errática:
"Mi queridísima Lyria,
Si estás leyendo esto, significa que el secreto ha salido. Que alguien finalmente fue lo suficientemente cobarde para esconderse detrás de la profecía en lugar de enfrentarla. Así son los hombres que creen que el poder viene del miedo.
La profecía es verdadera, pero incompleta. Es como una historia contada por alguien que solo ha visto las sombras en una pared. Saben que algo está ahí, pero no ven la verdadera forma.
El príncipe de Ravka está maldito, eso es cierto. Pero no fue maldito por lo que creen. Y su luz—nuestra luz, que viene de Selene—no es una cura. Es una llave. Y una llave puede abrir una puerta o cerrarla para siempre, dependiendo de quién la use y con qué intención.
Si alguna vez te encuentras frente a él, búscalo en los ojos. Los ojos nunca mienten, incluso cuando todo lo demás se tuerce con mentiras. Y recuerda: el verdadero enemigo nunca lleva la corona. El verdadero enemigo siempre se esconde en las sombras, susurrando en los oídos de los reyes.
Eres más fuerte de lo que crees. Eres más mágica de lo que te han permitido ser. Y eres más amada de lo que jamás sabrás.
Encontrarás mi grimorio en el sótano del templo abandonado, oculto bajo la piedra del altar. Te mostrará todo lo que yo quería enseñarte. Todo lo que tu sangre ya sabe.
Te amo, incluso desde donde estoy ahora.
—Tu madre"
Lyria leyó el pergamino tres veces. Sus ojos se movían sobre las palabras una y otra vez, como si la repetición pudiera revelar significados ocultos. "Incluso desde donde estoy ahora." ¿Estaba sugiriendo su madre que no estaba muerta? ¿O era solo el lenguaje poético de alguien que sabía que moriría?
—Mira —dijo Lyria, levantando los ojos de la carta—. ¿Dónde está el templo abandonado?
—A un día de viaje al norte, Alteza. En los bosques más allá del río Silverlight. Pero es peligroso. Hay criaturas en esos bosques. Cosas que no deberían estar allí.
—¿Por qué alguien querría ocultarlo así? —preguntó Lyria—. ¿Por qué mi madre tendría que esconder un grimorio?
Mira miró hacia la puerta cerrada, como si pudiera escuchar a través de ella.
—Porque, Alteza, hay personas en este castillo que temen la magia verdadera. La magia que no pueden controlar. La magia que viene de una línea de sangre que existía mucho antes de que la corona Valendor fuese coronada.
Lyria se levantó y caminó hacia su armario. Sacó su capa de viaje, la que había usado en expediciones de caza con su padre años atrás.
—Entonces, iremos a buscarla —dijo Lyria con una determinación que sorprendió incluso a sus propios oídos—. Esta noche.
—¿Alteza? —respondió Mira, alarmada—. El rey jamás lo permitiría. Hay guardias en cada puerta. Además, en tres días...
—En tres días, seré propiedad del príncipe de Ravka —interrumpió Lyria bruscamente—. Así que tengo exactamente una noche para descubrir la verdad. Una noche para entender qué es realmente la profecía. Una noche para saber si soy una pieza que está siendo sacrificada o si tengo más poder del que me han permitido creer.
Mira permaneció en silencio por un momento. Luego, muy lentamente, sonrió.
—Siempre supe que era la hija de su madre —dijo, y había una mezcla de admiración y miedo en su voz—. Espéreme en el jardín de hierbas medicinales en una hora. Conozco una manera de salir del castillo que los guardias no vigilan.
Después de que Mira se marchó, Lyria se permitió un momento para respirar. Se sentó en el borde de la cama y extendió su mano frente a ella. Respiró profundamente, recordando cómo lo había hecho frente a la ventana.
La luz respondió nuevamente. Esta vez, fue más fuerte. Una esfera pequeña de luz dorada bailaba en su palma, tan brillante que proyectaba sombras nítidas en las paredes de la cámara. Era hermosa. Era aterradora. Era ella.
Cerró el puño lentamente, y la luz se disolvió en nada.
Se levantó y tomó el diario de su madre. Lo sostuviera contra su pecho, sintiendo su peso, el peso de todas las respuestas que estaban dentro. Luego, recordó el anillo. Lo tomó de la cama, observándolo bajo la luz que se desvanecía. Era simple, pero emanaba una energía antigua. Poder que había dormido durante años.
Se lo colocó en el dedo anular.
En el momento en que el metal tocó su piel, sintió una sacudida. No dolor exactamente, pero algo que corría por su cuerpo como electricidad. Una conexión. Una promesa. Una amenaza.
Lyria se acercó al espejo de su cámara y se vio a sí misma. Sus ojos azul glacial la miraban desde la superficie reflectante, pero por primera vez, vio lo que otros debían haber visto todo este tiempo. No veía a una princesa obediente. Veía a alguien peligroso. Alguien que llevaba el poder de la luz en sus venas y el silencio de los secretos en sus huesos.
Escuchó entonces algo que la hizo congelarse.
Un sonido desde afuera de su ventana. Fue rápido, casi imperceptible. Pero lo escuchó claramente. El sonido de algo que se movía en las sombras crecientes del atardecer. Algo—o alguien—que estaba en los jardines del castillo.
Lyria se acercó a la ventana.
En la penumbra, entre los setos de boj, vio una figura. Era grande, más grande que cualquier hombre normal. Llevaba un abrigo largo y oscuro que se movía como si fuese independiente de cualquier viento. Y en el momento en que Lyria logró enfocar su visión, la figura levantó su cabeza.
Sus ojos brillaban.
Brillaban con una luz que no era dorada como la de Lyria. Era plata. Era oscura. Era como mirar directamente al corazón de la medianoche.
Lyria sintió que su aliento se atascaba en su garganta.
¿Era posible? ¿Había venido Kaelen a Valendor antes de la boda? ¿La estaba observando?
Pero incluso mientras pensaba esto, la figura en las sombras se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad, moviéndose con una velocidad que ningún ser humano podría lograr.
Lyria apretó el anillo alrededor de su dedo, sintiendo cómo quemaba contra su piel.
Algo acababa de cambiar.
Y en tres días, cuando se casara con el príncipe maldito, nada volvería a ser igual.







