AARON BIANCHI
Blake llegó veinte minutos después, en los que a William aún no podía creerse que Andrés tuviera un hijo al que había abandonado, incluso antes de que naciera.
Por supuesto, tratándose de Blake, venía con un ojo morado y la boca reventada.
—¡No quiero saber cómo quedó el otro!— observo Will sonriente.
—Si algo lo conozco… creo que anoche se dejó ganar— musité yo sin voltearme a observarlo—. ¿Cuánto te pagaron?
—Eres un m@aldito zorro… ¡Tu si conoces nuestro mundo, bestia!—dijo Blake palméandome la espalda y sentándose en la silla alta de mi lado.
—¿Un whisky?— preguntó Will como si fuera lo más normal del mundo.
—Pensé que los hombres decentes y reformados, de esta historia eran ustedes…— murmuró Blake y aceptó el vaso con el líquido ámbar— ¿No se supone que deberíamos estar tomando té y galleticas?… ¡como señoritas! O al menos un café…
—No estamos en un plan para señoritas esta mañana— le dice con el ceño fruncido y surcos del estrés marcados en la frente.
—Entonces