Cassie
La tercera flor apareció un día después de que la luna se mostró más redonda que de costumbre, como si me espiara desde el cielo.
La encontré al borde del sendero, justo antes del claro donde mis pies ya sabían caminar por sí solos. Era idéntica a las anteriores: pequeña, salvaje, hermosa, una caricia al caos que se revolvía en mi pecho. Pero esta vez… había algo más. Algo que me hizo detenerme en seco, que hizo que mis pulmones olvidaran cómo funcionar por unos segundos eternos.
Una prenda.
Negra. Arrugada. Y, lo más devastador de todo: impregnada de su olor.
Mi mundo se quebró en un murmullo.
Me agaché con manos temblorosas, el corazón retumbando en mis costillas como si quisiera abrirme en dos. La tomé con una delicadeza absurda, como si fuera de cristal, como si tocarla pudiera hacerlo real… o romper lo poco que quedaba de mí.
Era su camiseta.
Una de esas que solía usar cuando estaba de mal humor o simplemente quería que dejara de mirarlo con esa mezcla entre rabia y deseo