C1- UN DEMONIO
—¡Ezra, por favor! ¡No me golpees más! —suplicó Lucy, retrocediendo con las manos levantadas, intentando protegerse.
Pero Ezra no escuchaba. Sus ojos brillaban con una furia oscura, y su mandíbula estaba tensa. Lucy sabía que si no actuaba, le iría peor, así que corrió hacia las escaleras. Su corazón latía con fuerza mientras subía los escalones de dos en dos, sintiendo que él estaba justo detrás de ella.
Al llegar al baño, cerró la puerta y giró la llave con manos temblorosas. Se apoyó contra el lavamanos y en el espejo, su reflejo le devolvió una imagen que la hizo estremecer.
Su labio estaba hinchado, rojo y caliente por la bofetada que Ezra le había dado momentos antes. Cuando él llegó, ella estaba sirviendo la mesa para la cena. Ezra había llegado de mal humor, como siempre, y le había ordenado que se desvistiera.
"Necesito relajarme", había dicho, y aunque odiaba ser tratada como un objeto, obedeció. Pero cuando él, como siempre, no pudo tener una erección, la culpa recayó en ella.
Siempre era su culpa.
—¡ERES TAN INÚTIL QUE NI SIQUIERA LOGRAS PONERME DURO! ¡ESTO ES TU CULPA!
La bofetada conectó con su cara y el anillo rompió su labio. Lucy cerró los ojos; había estado viviendo en ese infierno desde que se casó. Un golpe fuerte la sacó de sus pensamientos. Y supo que Ezra estaba del otro lado de la puerta.
—¡Ábreme, perra! —gritó él desde el otro lado.
Lucy se llevó las manos a la boca para contener un sollozo. Otro golpe sacudió la puerta, y luego otro.
—¡No, por favor! —susurró, con lágrimas cayendo—. ¡Déjame en paz, Ezra! ¡Te lo suplico!
¡CRACK!
La madera se partió con un ruido seco.
Ella soltó un grito ahogado cuando vio la mano de Ezra atravesar la abertura que acababa de hacer. La cerradura era débil, y ella lo sabía. Así que se lanzó contra la puerta, empujándola con todo su peso, intentando contenerla.
—¡Ezra, por favor! —gritó, desesperada—. ¡No hagas esto! ¡Déjame tranquila!
Desde el otro lado, él asomó un ojo por la madera rota. Su mirada era fría, inhumana, y una sonrisa cruel lo acompañaba.
—Ahora será peor —dijo, con una calma aterradora—. Por desobedecerme y no cumplir como esposa, tu castigo será mucho más doloroso.
Lucy negó temblando de miedo.
—E-Ezra... por favor...
La puerta cedió finalmente y Ezra irrumpió en el baño como un toro furioso. Sus ojos estaban inyectados en sangre. Y antes de que ella pudiera reaccionar, la atrapó del pelo y la arrastró hacia él.
—¿Creíste que podrías esconderte? ¡¿Eh?! —gruñó, sacudiéndola con fuerza—. ¿Crees que puedes evitarme?
Lucy se retorció, luchando por liberarse. Sus uñas se clavaron en el brazo, pero él apenas reaccionó. Su agarre era firme, como si disfrutara del poder que tenía sobre ella.
—¡Eres mi esposa! —gritó, escupiendo las palabras con desprecio—. ¡Y harás lo que yo diga! Para eso estás aquí, para complacerme. ¡Y ni siquiera eso sabes hacer bien!
Ella sollozó aceptando lo que venía, pero de repente su miedo se transformó en una chispa de valentía, de rabia. Y con todas sus fuerzas, golpeó una figura de mármol que estaba sobre una estantería. El objeto cayó sobre la cabeza de Ezra, abriéndole una herida que comenzó a sangrar.
Él se tambaleó y Lucy aprovechó el momento para soltarse, corrió hacia la puerta.
—¡Vas a pagar por esto, maldita! —rugió él desde el suelo.
Lucy salió corriendo, bajando las escaleras de dos en dos. Su corazón parecía querer salirse de su pecho, y cada paso la acercaba más a la puerta principal, a la libertad. Esta era su única oportunidad. Si Ezra se recuperaba, la mataría. Estaba segura de eso. Pero justo cuando estaba a punto de alcanzar la puerta, una voz detrás de ella la hizo congelarse.
—¿A dónde crees que vas, cariño?
Se volteó lentamente, con la cara pálida y los ojos asesinos de Ezra la hicieron estremecer de miedo. La sangre seguía goteando de la herida en su cabeza, pero él parecía no sentir el dolor.
—Mira lo que me hiciste —dijo, avanzando hacia ella con pasos lentos y amenazantes—. A mí... ¡a tu marido!
Ella retrocedió y, sin pensarlo, corrió hacia la cocina. Sus manos buscaron desesperadamente algo con qué defenderse, hasta que encontró el cuchillo de carnicero en el bloque. Lo tomó y se giró hacia él, apuntándolo con la hoja.
—¡No te acerques! —gritó, con la voz quebrada.
Él se rió.
—¿En serio? —dijo, avanzando igual—. Sabes que no tienes agallas. Eres débil, Lucy.
La rabia la atravesó como un rayo.
—¡No es mi culpa que no seas un hombre! —exclamó, llena de rabia por todo lo que la había hecho sufrir a causa de su enfermedad—. ¡No es mi culpa que no se te levante la polla!
Los ojos de Ezra se oscurecieron y se lanzó hacia ella, pero Lucy no dudó. Con un movimiento rápido, le clavó el cuchillo en el muslo. Él soltó un grito desgarrador y cayó de rodillas.
—¡Maldit4 zorra! —gruñó, sujetándose la pierna ensangrentada.
Ella no se quedó allí un segundo más. Corrió hacia el garaje y subió al auto, las llaves estaban puestas, como siempre. Arrancó el motor y salió a toda velocidad, sin importarle los guardaespaldas que estaban afuera e intentaban detenerla.
Su único objetivo era escapar de ese infierno.
El auto desapareció en la noche, mientras Ezra gritaba desde la entrada de la casa, sosteniendo su pierna ensangrentada. Pero ella no miró atrás. No podía. No quería. Porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía una oportunidad de vivir.
Y para lograrlo tenía que ir con el único hombre que podía protegerla: el hermano de su marido.