¿ESTABA SEGURA?
Después de ese día, Aria se había hecho más de diez pruebas de embarazo en los baños de la universidad. Había comprado marcas distintas, en farmacias diferentes, a horas alternas. Como si eso fuera a cambiar el resultado.
Pero no.
Las dos rayitas seguían ahí.
Cada vez que las veía, era como si le clavaran una aguja en el estómago. No importaba cuánto lo negara. Estaba embarazada y no era un error de laboratorio, era real.
Ahora estaba sentada en una de las bancas que daban al jardín central de la universidad, mordisqueándose las uñas con la mirada perdida. La brisa fresca movía las hojas secas que se acumulaban en el suelo, pero ella no sentía nada.
Solo el vértigo en el pecho.
Según lo que había investigado —porque claro, también había navegado de incógnito por páginas y foros durante horas—, debía tener poco tiempo. Apenas unas semanas. Todavía no era un feto propiamente dicho. Aún era… algo, un cúmulo de células y si quería hacer algo, tenía que ser ahora, antes de