No estaba preparada para lo que vino después, sintiendo cómo la expansión entre mis piernas se expandía, extendiéndose desde su perfecta y redonda punta. Me dolía con cada centímetro que me penetraba, haciéndome estremecer al ver cómo mi humedad envolvía toda su erección.
—Mantén ahí… por favor —supliqué mientras él empujaba más, llegando a un punto al que nadie, ni siquiera sus dedos, había llegado antes.
Me encanta el sonido de tu voz cuando suplicas. Hazlo otra vez.
Levanté mis manos detrás de su cuello, hundí mis uñas en sus hombros, mientras él me llenaba por completo, haciéndome sentir completa.
—Por favor, papi, lo quiero. Ese es el punto —gemí, y su punta llegó a un botón que me hizo erizar los dedos de los pies.
No bombeó ni empujó, simplemente presionó hacia adelante de nuevo, hacia el mismo punto. Mi pelvis se contrajo, la impresión de su pene contrayendo visiblemente mis entrañas con una larga embestida.
—Ahí está... —succionó, acariciándose el labio con la lengua—. ¡Qué c