—¿Por qué no?—
Normalmente lo hago. Pero no durante el sexo.
—¿Y entonces cuándo?—
—Cuando yo…— Cristina mordió la almohada. —Cuando me toco, a veces contengo la respiración. Aunque no sé que lo estoy haciendo. Solo sé que pasa cuando me acerco.—
—¿Cerca de qué?—
—Casi me corro, igual que antes. Pero nunca pude llegar hasta ahí con otros hombres…—, se quejó, mientras nuestro sudor se deslizaba en gotas compartidas entre nuestros cuerpos. —No creo que pueda aguantar más.—
—Pues no lo hagas —exigí, levantándola hasta mi pecho. Jadeó, con los brazos alzados como alas, sujeta y preparada para el bombeo de mis caderas. Joder, ahora sería el momento de usar las esposas, de encadenarle las muñecas hasta inmovilizarla. Se vería increíblemente sexy, pero ya se sentía demasiado bien como para moverse en cualquier otro lugar que no fuera dentro y fuera de su cuerpo.
—Dios mío, Gabriel. —Su voz se ahogó entre el golpeteo de mis caderas. Nunca contenía la respiración durante el sexo, pero nunca su