A la mañana siguiente, el sol apenas comenzaba a filtrarse por los ventanales de la oficina.
Cristina estaba sentada frente a su escritorio, revisando unos documentos mientras Jessica, su inseparable amiga y asistente, le servía una taza de café humeante.
Ambas parecían tranquilas, pero el ambiente cargado de silencio hablaba más que las palabras.
—Necesitaba esto —dijo Cristina, tomando un sorbo—. No dormí bien anoche.
—Me imagino —respondió Jessica, sonriendo con suavidad—. Se te nota en los ojos.
Cristina sonrió apenas y se llevó una mano al cabello, recogiéndolo en un moño improvisado.
Fue entonces cuando Jessica frunció el ceño: un marcado enrojecimiento se notaba en el cuello de su amiga.
De inmediato dejó la taza sobre el escritorio y se acercó.
—Cristina… —dijo en voz baja, con preocupación—. ¿Qué te pasó en el cuello?
Cristina se sobresaltó, bajó la mirada y se levantó apresurada de la silla.
—No es nada, Jessica —respondió, evadiendo el tema.
Jessica la miró con desconfianza