Capítulo 43

Cristina había salido temprano esa mañana. El frío de la ciudad todavía se colaba en sus huesos mientras tomaba un taxi hacia el centro comercial donde había quedado de encontrarse con Enzo, un viejo amigo de la familia y uno de los pocos en quienes podía confiar.

El lugar estaba repleto de gente entrando y saliendo, cargando bolsas, tomando café, riendo con despreocupación. Cristina, en cambio, sentía un nudo en el estómago; aquella reunión podía significar la diferencia entre salvar la empresa de su abuelo o ver cómo todo lo que él había construido se derrumbaba ante sus ojos.

Encontró a Enzo en una cafetería discreta del segundo piso. Él ya la esperaba con una carpeta de documentos sobre la mesa y el ceño fruncido. Apenas la vio entrar, se levantó.

—Cristina —la saludó con un tono cálido pero serio—, me alegra que hayas venido.

—Gracias, Enzo. —le devolvió el saludo, tomando asiento frente a él—. Sabes que no tengo a quién más acudir.

Él asintió, acomodando la carpeta.

—Lo sé. Le a
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