Cristina se había despedido de Enzo hacía apenas unos minutos, pero las palabras de su amigo aún resonaban con fuerza en su mente. La situación de la empresa era mucho peor de lo que ella había imaginado: deudas acumuladas, proveedores molestos, clientes que amenazaban con retirarse y, lo más grave, la falta de liquidez inmediata para sostener los proyectos. Caminaba por el centro comercial sin rumbo fijo, tratando de ordenar sus pensamientos.
El murmullo de la gente, las luces brillantes de las vitrinas y el eco de los anuncios en los pasillos parecían darle vueltas a la cabeza. Se sentía atrapada, como si las paredes de aquel lugar se cerraran sobre ella.
—¿Qué voy a hacer, Dios mío? —murmuró para sí, llevándose una mano a la frente.
Sabía que su madre tenía razón en algo: la empresa estaba al borde del colapso y, si no se encontraba una salida pronto, no solo perderían lo que su abuelo había construido, sino también la estabilidad de toda su familia. Y la única solución que Emma ve