Capítulo 84. Un nombre nuevo.
—Tranquila, tranquila —Martha se sentó en la cama y la abrazó.
Olía a jabón de lavar y a pan.
—Si tienes a alguien, Dios se encargará de cuidarlos mientras tú sanas. Ahora tienes que ocuparte de ti. Si tú no estás bien, no le sirves a nadie.
Lyanna se dejó abrazar, llorando hasta que el vacío en su pecho se convirtió en un dolor sordo y constante, una compañía con la que tendría que aprender a vivir.
Cuando se calmó, Martha se separó y le señaló una silla donde había dejado una pila de ropa doblada.
—Tu ropa… la que traías… tuvimos que quemarla. Estaba destrozada y llena de sangre —explicó Martha con delicadeza—. Estas son cosas de mi sobrina, que se fue a la ciudad hace años. Son sencillas, pero están limpias.
Lyanna miró las prendas. Un vestido de algodón azul pálido con pequeñas flores blancas, desgastado por los lavados. Ropa interior de algodón blanco, grande y práctica. Un suéter de lana gris tejido a mano.
Sus dedos tocaron la tela. Esa ropa sencilla le transmitía una extraña