Capítulo 66. La alianza inesperada.

Después de que la dejó encerrada, no pudo quedarse en la casa; decidió marcharse a las instalaciones de su empresa; necesitaba dar con el paradero de Lyanna.

Así que en pocos minutos su despacho se transformó en un búnker de guerra. Los monitores de seguridad parpadeaban con mapas de la ciudad, líneas de código y grabaciones de cámaras de tráfico que se reproducían en bucle.

El aire estaba cargado de estática y desesperación. Ares caminaba de un lado a otro como un animal enjaulado; se había quitado el saco y se había remangado la camisa y el cabello revuelto por sus propias manos.

Cada segundo que pasaba sin saber dónde estaba Lyanna. era un ácido que le corroía las entrañas.

Bennet, su jefe de seguridad, hablaba por radio con los equipos desplegados en la carretera, pero sus reportes eran siempre los mismos:

—Nada, señor. El rastro se enfría después en el kilómetro 45.

—¡No me sirve que el rastro se enfríe! —rugió Ares, golpeando el escritorio de caoba—. ¡Quiero saber hacia dónde
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