Mundo ficciónIniciar sesiónEl aroma a un exquisito pescado llenaba el ambiente. Lyanna bajó las escaleras con determinación.
Había pasado el día dando vueltas en la cama, pero la promesa que le había hecho a Harry le daba fuerza. Iba a seguir el juego. Por él. Caminó al comedor, la mesa brillaba bajo la luz de la araña de cristal. Platos de porcelana fina, copas de vino, cubiertos de plata. Ella entró con un vestido negro sencillo. Había aceptado esta cena. Una tregua falsa, lo sabía, pero por Harry cualquier cosa. Pero entonces lo vio. Ares estaba sentado a la cabeza de la mesa. Y en su regazo, anclada como si fuera su derecho, estaba una mujer. Una rubia de vestido rojo con escote profundo. Su brazo rodeaba el cuello de Ares, y su risa, aguda y artificial, llenaba la habitación. Era hermosa, fría, como tallada en hielo. Su risa, estridente y falsa, cortaba el aire como un cuchillo. Ares tenía un brazo alrededor de su cintura. No como un prisionero, sino como un hombre cómodo. Como un dueño. Lyanna sintió que el suelo se movía bajo sus pies. —Llegas tarde, cariño —dijo Ares sin mover a la mujer de su sitio. Su mirada era un desafío puro. —Ya empezaba a pensar que te habías arrepentido de nuestra... cena familiar. La mujer rubia giró la cabeza. Sus ojos azules, afilados como diamantes, recorrieron a Lyanna de la cabeza a los pies con lentitud, desde los zapatos sencillos hasta el pelo recogido sin mayor cuidado. Una sonrisa de superioridad se dibujó en sus labios perfectos. —No se preocupe, Ares —dijo Greta, con una voz melosa que sonaba falsa—. Las mujeres como nosotros sabemos que a veces hace falta un poco más de tiempo para arreglarse. —Su dedo jugueteó con el pelo de Ares. Lyanna sintió que la ira le subía como la marea, caliente y amarga. Pero se contuvo. Respiró hondo. —Veo que el menú incluye acompañamiento —dijo Lyanna, con una voz que logró mantener estable. Ares sonrió, un gesto frío y cruel. —Lena, esta es Greta. Mi asistente personal. Greta, mi esposa... la versión con amnesia. Greta extendió una mano con uñas rojas perfectas, sin moverse de su sitio. —Encantada, señora Valerián —su voz era melosa, pero sus ojos decían otra cosa—. Ares me ha contado... mucho sobre usted. Lyanna ni siquiera se fijó en su mano, en su lugar clavó los ojos en Ares. —Qué práctica tu... asistente —dijo Lyanna, con una calma que le costó sangre—. No sabía que el trabajo incluyera sentarse en el regazo del jefe y servir… de almohada. La sonrisa de Greta se tensó. Ares soltó una risa baja y vibrante. —Greta es muy... entregada a sus funciones, sobre todo las adicionales —dijo, acariciando el brazo de la rubia sin apartar los ojos de Lyanna—. Siempre está donde la necesito. No como algunas, que abandonan sus puestos meses enteros. —Qué interesante —murmuró Lyanna, acercándose a la mesa—. Yo solo soy la esposa. La que se queda criando a tu hijo. Disculpen si interrumpí su... evaluación de desempeño. Greta se aferró al brazo de Ares, clavándole las uñas. —Oh, no se preocupe —dijo, con esa voz empalagosa—. Ares y yo tenemos muchos proyectos que manejar. Es una lástima que usted no esté... capacitada para ayudarlo en ese frente. —Criar a tu heredero me parece un proyecto bastante importante —replicó Lyanna, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. A menos que pienses reemplazarlo también. Ares apretó la mandíbula. La atmósfera se volvió densa, pesada. —Lena —advirtió, su voz, un latigazo. —Lyanna —lo corrigió ella, sin pensarlo. El silencio fue instantáneo. Gélido. Greta miró a Ares, una ceja arqueada en interrogación. —¿Lyanna? Ares desvió la mirada por un segundo, molesto. —Un capricho de la amnesia —desestimó, con un gesto de la mano—. Le da por inventar nombres. —No es un capricho —Lyanna lo miró fijamente, desafiante—. Es mi nombre. La mujer que soy ahora. Greta observaba el intercambio como si fuera una obra de teatro. Un brillo de diversión maliciosa iluminó sus ojos. —La amnesia debe ser tan difícil —intervino con falsa compasión—. Perderlo todo... hasta la propia identidad. ¡Qué pena! —Guarda tu lástima —Lyanna le lanzó una mirada que podría haber partido piedra—. Yo, al menos, tengo un anillo de bodas. Tú solo tienes... ambición. Y un puesto que parece más propio de un burdel. Debe ser difícil querer ser la esposa y conformarse solo con ser una amante. ¡Y creo que es mejor que te vayas saliendo de mi casa! —¡Esta no es tu casa, Lena! ¡Es la mía! —su voz sonó con firmeza. —¡Soy Lyanna! —Eres mi esposa —su voz era un hilo de advertencia—. Te llamas Lena. Y Greta no se va a ninguna parte. —Su brazo apretó la cintura de la rubia en señal de posesión. Lyanna sintió una punzada de dolor tan aguda que casi jadeó. Lo disimuló, poniéndose derecha en la silla. —Claro —dijo, su voz gélida, indignada por el descaro de ese hombre—. Tú puedes llenar esta casa de tus putas, pero yo debo sonreír y aguantar. ¿Es así? ¿Esa es la esposa que quieres? Con razón terminé huyendo de todo esto. Greta palideció. —¡¿Cómo te atreves!? —Me atrevo porque es la verdad —Lyanna le lanzó una mirada que podría haber helado el fuego—. Tú eres la amante. La que se sienta en su regazo como un trofeo, pero que nunca tendrá su nombre. Yo puedo estar sentada aquí, en el otro extremo de esta mesa, pero sigo siendo su esposa, la madre de su hijo. Tú solo eres el entretenimiento de turno. Greta palideció visiblemente. Ares golpeó la mesa con la palma de la mano. ¡Bam! Se puso de pie de un golpe, haciendo caer la silla. Greta terminó cayéndose de su regazo. —¡Eso es suficiente! ¡Cállate! —¿Qué? —Lyanna no retrocedió—. ¿La verdad te ofende? ¿O es que no te gusta que tu "esposa" tenga más carácter que tu... querida? —¡Te dije que cerraras la maldita boca! —gritó, con el rostro desencajado por la rabia. —¿Por qué? —Lyanna lo enfrentó, apoyando las manos en la mesa—. ¿Porqué la verdad duele? ¿Porqué te recuerdo que este circo patético es tu venganza por una ofensa que no recuerdo? ¡Muy bien, Ares! ¡Diviértete con tu puta! ¡Pero no esperes que me quede a verlo! Dio media vuelta, pero la voz de Ares la detuvo. —¡Te quedas! —ordenó, jadeando—. Te sientas y terminas esta cena. Y aprendes tu lugar. Lyanna se volvió muy despacio. Había lágrimas de rabia quemándole los ojos, pero no dejaría que las viera caer. —Mi lugar —repetió, con desprecio—. ¿Cuál es? ¿El de la esposa decorativa que mira para otro lado? Lo siento. Ese no soy yo. —Pues tendrás que aprender —gruñó él. —No —susurró ella, con una calma final que era más aterradora que cualquier grito—. No tendré que hacerlo. Tú me das asco, me revuelves el estómago y no puedo soportarlo un segundo más. Dio media vuelta para irse. —¡Ni lo pienses! —la voz de Ares retumbó en el comedor, mientras la sostenía del brazo con fuerza—. Te sientas aquí. Y Greta no se va a ningún lado. Lyanna se detuvo en seco. La sangre le golpeaba en los oídos. Respiró hondo, contando hasta tres. Luego, se volvió. Su expresión era de piedra. —Como quieras. Se sentó. Agarró la cuchara y se tomó la sopa con movimientos precisos y controlados. El silencio era absoluto, roto solo por el tintineo de los cubiertos contra los platos. No les dirigió la palabra. No los miró. Los ignoró por completo. Actuó como si ellos fueran los muebles. Como si el espectáculo vulgar de Ares y su amante no existiera. Greta intentó hablar, de hacer un comentario pícaro, pero las palabras murieron en sus labios bajo el muro de indiferencia absoluta que Lyanna había erigido. Ares la observaba. La ira en sus ojos empezaba a mezclarse con otra cosa. Frustración. Ella no había llorado. No había gritado. No le había suplicado. Se había sentado. Estaba cenando. Y los había borrado. Era la humillación más silenciosa y efectiva que había experimentado. Cuando Lyanna terminó, se lHarrytó. Dejó la servilleta junto al plato. —Gracias por la cena —dijo, con una voz educada y vacía—. Ahora, si me disculpan, voy a darle las buenas noches a mi hijo. Salió del comedor con la cabeza en alto. No había ganado. Pero no había perdido. Ares se quedó mirando. Greta intentó acariciarle el brazo. —Ares, querido... Él se lHarrytó bruscamente, apartándola. —¡Déjame solo! Ve a la habitación de invitados. —Pero... —¡He dicho que me dejes solo! —rugió. Greta recogió su bolso y subió las escaleras, la cara encendida de rabia. Ares se quedó solo en el enorme comedor. El fantasma de Lyanna, serena e imperturbable, llenaba el espacio. Ella no se parecía Lena. Primero a Lena nunca le habría importado con quien estuviera. Dos, Lena de haberle importado, habría armado un escándalo mayor de proporciones épicas. Lena habría tirado los platos.






