Mundo ficciónIniciar sesiónEl agua sucia le salpicó las piernas, manchando sus ya corrientes pantalones. Lyanna se quedó plantada en la acera, el fajo de billetes húmedo en el suelo. Lo recogió y los apretó en su puño. El auto de Ares era solo un punto rojo en la distancia. A su alrededor, el silencio de las otras madres era ahora absoluto, y mucho más elocuente que sus susurros. Sus miradas eran dagas de lástima disfrazada de morbo.
“¿Vendiendo tu cuerpo por casa y comida?” La frase de Ares resonaba en su cabeza, mezclada con el eco de "zorra" de las mujeres. Una ira fría, que no conocía, empezó a reemplazar el shock. No era Lena, pero estaba empezando a odiar a esa mujer con toda su alma. Giró sobre sus talones, ignorando por completo a las mujeres. No iba a darles el espectáculo. Metió el dinero en el bolsillo y empezó a caminar. No tenía idea de dónde estaba. Las calles eran anchas, limpias y anónimas. No había tiendas, solo fachadas imponentes y verdes setos perfectos. Un taxi en este barrio era tan probable como un pingüino en el desierto. Caminó durante veinte minutos, cada paso avivando el fuego de su dignidad pisoteada. Finalmente, llegó a una avenida más comercial. LHarrytó la mano y un taxi amarillo se detuvo. —¿A dónde, señorita? La pregunta la paralizó. ¿Adónde? No podía volver a esa mansión, no después de eso. Pero tampoco tenía a dónde más ir. Harry… su promesa… —Al centro —dijo al azar, mientras se metía al auto. La ciudad se transformó fuera de la ventana. El lujo discreto del barrio de Ares dio paso al bullicio y la realidad cruda. Era su elemento. O lo había sido, hasta que la vida la puso de rodillas. El taxi se detuvo en una plaza conocida. Pagó con uno de los billetes empapados. Se quedó de pie en la acera, el resto del dinero en la mano. Era más de lo que había tenido en meses. Podía comprarse comida, un cambio de ropa y un techo por varias semanas. Podía huir. Pero pensó en el pequeño Harry. Había sentido una conexión con él. No podía dejarlo. Así que siguió caminando. vio su reflejo en el escaparate de una tienda. Una mujer empapada, con ropa barata y una expresión perdida. Y por un segundo, superpuesta, vio la imagen de Lena, impecable y fría, mirándola con desdén desde el vestíbulo de la mansión. No. No se iba a rendir. Ares Valerián había subestimado a la mujer equivocada. Metió el dinero en el bolsillo con decisión y entró en una tienda de ropa económica. Salió quince minutos después con unos jeans sencillos, una camiseta y un suéter. No era la elección de Lena, pero era suya. Se cambió en el baño de una cafetería, desechando la ropa mojada con una sensación de libertad simbólica. Dio la vuelta por el centro, incluso desayunó por allí. Y luego de horas de recorrido. Sacó el teléfono que Ares le había dado. "Para emergencias", había dicho con sarcasmo. Bueno, esto calificaba. Buscó la dirección de la mansión en G****e Maps. Estaba a una hora en transporte público. Tres autobuses y un largo tramo a pie después, las imponentes rejas de la mansión Valerián aparecieron de nuevo ante ella. Respiró hondo, enderezó los hombros y pulsó el intercomunicador. La voz de Ares, cargada de irritación, salió por el altavoz. —¿Qué? —Es Lena —dijo Lyanna, con una calma que no sentía—. Abre la puerta. Un silencio cargado. Luego, un zumbido. La reja se abrió. Caminó por el largo sendero con la cabeza en alto. La puerta principal estaba entreabierta. Al entrar, lo encontró esperando en el vestíbulo, apoyado contra la jamba de la puerta de su estudio, con una copa de whisky en la mano. Su mirada, fría y evaluadora, recorrió su nuevo atuendo. —Veo que no seguiste mi consejo de quemar tu ropa —comentó, con una sonrisa burlona—. Solo la cambiaste por basura igual de fea. —No es basura. Es mía —replicó Lyanna, pasando junto a él sin detenerse—. Y no pienso mendigar tu aprobación, ni tu transporte. Él enderezó su postura, bloqueándole el paso hacia las escaleras. —¿Cómo llegaste aquí? —En autobús —dijo ella, mirándolo directamente a los ojos—. Tres, para ser exactos. Una experiencia educativa. Ahora, si me disculpas, quiero descansar. La mano de Ares agarró su brazo, pero esta vez no con rudeza, sino con una presión contenida. Su mirada era compleja. Ira, por supuesto. Pero también una chispa de… curiosidad. —Nunca en tu vida habías tomado un autobús, Lena —susurró, su voz era áspera—. Ni siquiera sabes cómo se paga la tarifa. Lyanna no pestañeó. —La amnesia te sorprendería. Ahora ¡Suéltame!Él no lo hizo. Su mirada se clavó en la línea de su mandíbula, en el fuego, en sus ojos.
—¿Quién diablos eres? —La pregunta no sonó como una acusación, sino como una duda genuina, forzada a salir. El corazón de Lyanna galopó en su pecho. Cuidado se dijo… no le convenía que sospechara de ella. —Tu esposa —respondió, con la voz un poco más baja de lo que hubiera querido—. La que regresó. Acostúmbrate a la versión mejorada. Por un instante, el aire vibró entre ellos. Él estaba lo suficientemente cerca como para que ella sintiera el calor de su cuerpo, para oler su perfume mezclado con el whisky. Su mirada bajó hasta sus labios. Lyanna contuvo la respiración. Entonces, él la soltó bruscamente, como si la hubiera electrocutado. —Ve a tu habitación —gruñó, dándole la espalda—. Y no salgas hasta que te llame para cenar. No quiero verte. Me molesta tu presencia. Ella subió las escaleras, sintiendo su mirada clavada en su espalda con cada paso. No había ganado la guerra, ni por asomo. Pero había ganado la primera batalla. Y Ares Valerián, por primera vez, estaba genuinamente desconcertado. Se quedó mirando el vacío donde ella había estado, la imagen de su "esposa" declarando con orgullo que había viajado en autobús quemándose en su mente. Algo no cuadraba. Algo había cambiado.






