Capítulo 32. La caída de las máscaras.

—Ya se lo he dicho —replicó Lyanna, manteniendo la fachada con una fuerza que le ardía por dentro—. Soy su nuera. Y le ruego que no alce la voz.

La Sra. Valerián no se inmutó. Su mirada era un análisis gélido y calculador.

—No. No lo eres. Lena jamás habría tenido la osadía de hablarme así. Ella me habría hablado con condescendencia. Buscando mi aceptación. En cambio, tú no. Tú... tú tienes algo distinto. Algo que no cuadra.

—No sé de dónde saca eso. Ya le dije que soy la esposa de su hijo —replicó Lyanna, con una frialdad que le sorprendió a ella misma—. La mujer que regresó y que no está dispuesta a perder a la única familia que ha conocido. Acostúmbrese. Ahora, si me disculpa, necesito revisar algo en la cocina.

Sin esperar respuesta, Lyanna giró y salió del salón, dejando a la Sra. Valerián sentada, inmóvil, con el rostro una máscara de palidez y furia contenida.

No había respondido a la pregunta sobre Mónaco, pero le había lanzado una verdad mucho más dolorosa: la de su propia i
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