Mundo ficciónIniciar sesiónEl silencio de la habitación donde durmió la noche anterior era ensordecedor. Demasiado grande, demasiado lujosa. Lyanna se había duchado, se arregló, pero se dejó caer de nuevo en la cama, que tragó su cuerpo como una nube.
Cerró los ojos, solo veía la mirada de ese hombre. Ares. Un nombre que sonaba a guerra. Y la guerra, sin duda, había comenzado.
Un suave golpe en la puerta la hizo saltar.
—¿Mamá?
Era Harry. Asomó la cabeza, su osito de peluche aplastado bajo el brazo.
—¿Recuerdas dónde está mi mochila de dinosaurios? —preguntó, con la confianza absoluta de un niño que habla con su madre.
El corazón de Lyanna dio un vuelco. “Actúa normal. Respira”.
—¿No la dejaste… en el suelo de tu cuarto, debajo de la cama? —improvisó, recordando los hábitos caóticos de los niños en las películas.
Los ojos de Harry se iluminaron como faros.
—¡Tienes razón! ¡Eres la mejor!
Corrió de vuelta al pasillo. Lyanna exhaló, temblando. Cada interacción era un campo minado. Un error y todo estallaría.
Media hora después, bajó las escaleras con cautela. Ares la esperaba en el vestíbulo, impaciente, consultando un reloj de pulsera que probablemente costaba más que todo lo que Lyanna había poseído en su vida.
—Tardas más que antes —comentó, sin dignarse a mirarla—. Harry, el auto nos espera. Y por gusto, porque esa ropa que cargas es demasiado corriente. ¿Desde cuándo te viste de esa manera? La gente va a creer que le mezquino el dinero a mi esposa.
Miró su cuerpo con desdén.
—Cuando regreses, espero que quemes esa ropa y uses la que tienes en el vestier. No me avergüences delante de la gente. Y ten este teléfono para que estemos en contacto en todo momento.
Ella tomó el teléfono. Apretó la boca en una línea fina, estaba dispuesta a protestar y decirle hasta del mal que se iba a morir, pero la voz del pequeño la interrumpió.
—¡Vamos, mamá! —gritó Harry, tomando la mano de Lyanna con una naturalidad que le partía el alma.
El viaje en el sedán negro fue tenso y silencioso. Harry parloteaba sobre un proyecto escolar de planetas. Lyanna asentía, robando miradas furtivas a Ares.
Él tenía la mandíbula apretada, los ojos fijos en la pantalla de su tablet, pero Lyanna notó que la misma línea de texto llevaba ahí minutos. También estaba fingiendo indiferencia.
El colegio "Willow Creek Academy" era un despliegue obsceno de riqueza discreta. Césped perfecto, arquitectura imponente, y un desfile de madres con bolsos que valían más que la renta de un año, ya entendía la molestia de Ares.
Cuando Ares salió del auto con Harry de la mano, un silencio repentino y elocuente cayó sobre el grupo de mujeres que aguardaban en la entrada.
Lyanna salió después, sintiendo el peso de docenas de ojos sobre ella, como insectos arrastrándose por su piel. Los susurros empezaron de inmediato, cortantes y deliberadamente audibles.
—¿Ya vio? Se atrevió a mostrar la cara —dijo una mujer con un corte de pelo que gritaba "estilista personal" y gafas de sol de diseñador.
—Después de la escena que armó en el club de campo, desapareciendo con ese… ¿Qué era? ¿El instructor de tenis? —añadió otra, con una voz dulce como el veneno—. Pensé que Ares la habría desterrado para siempre.
—Julieta me dijo que la vio en un bar de mala muerte en el centro —intervino una tercera, bajando la voz como si compartiera un secreto de Estado—. Se quedó sin dinero, por supuesto. El amante la dejó plantada. ¡Qué zorra!
Una de ellas soltó una risita seca.
—Un hombre como Ares Valerián, con su dinero y su… bueno, todo eso que tiene —hizo un gesto vago hacia la espalda de Ares—, ¿cómo puede aceptar que vuelva?
La mujer con las gafas de sol se encogió de hombros, con una sonrisa que no llegaba a sus labios perfectamente delineados.
—Fácil. Por el niño. Harry la adora, es su punto débil. Ares movería cielo y tierra por ese niño. Incluso aguantar a la fulana de su esposa bajo su techo. Es el precio por ser un padre devoto.Las palabras golpearon a Lyanna como puñaladas. “Zorra. Se quedó sin dinero. Escena en el club.” Cada palabra pintaba una imagen de Lena que era más vulgar, más frívola, más despreciable de lo que jamás había imaginado.
Y en el centro de todo, Harry. La pequeña ancla de inocencia que mantenía esta farsa grotesca a flote. Sintió una oleada de calor, no por ella, sino por el niño. ¿Qué clase de madre había sido Lena para generar tanto odio y desprecio?De repente, una mano firme agarró su codo por encima del brazo. La presión era fuerte, casi dolorosa.
—Sonríe —ordenó Ares en un susurro áspero, mientras con la otra mano guiaba a Harry hacia la puerta principal—. Y deja de mirar al vacío como si estuvieras perdida. Saben que estás aquí. Actúa.
Su toque era eléctrico y algo más que no pudo descifrar. Quemaba a través de la tela de su manga barata, recordándole su lugar en este mundo falso.
—No estaba mirando al vacío —replicó ella en voz baja, forzando los labios en una sonrisa tensa dirigida a ninguna de las mujeres en particular—. Estaba escuchando tu encantador círculo social. Parece que tu esposa era toda una… celebridad.
La sonrisa de Ares fue un relámpago de puro cinismo, un destello de dientes perfectos que no alcanzó sus ojos grises.
—Bienvenida a las consecuencias de tus actos, cariño. La fama tiene su precio. Disfruta del espectáculo y deja de fingir que no se trata de ti.
Harry se soltó de la mano de su padre y corrió de vuelta hacia Lyanna justo antes de cruzar la puerta del colegio, abrazándole las piernas con esa fuerza sorprendente.
—¡No te vayas, mamá! ¡Prométemelo! —Su voz, un pequeño grito de miedo y esperanza, le atravesó el pecho.
Lyanna se agachó, ignorando la mirada gélida de Ares que sentía arder en su nuca. Envolvió al niño en sus brazos.
—Te lo prometo —susurró contra su suave cabello, y esta vez, la promesa no le sonó a mentira. Le sonó a un juramento.
Mientras el niño desaparecía dentro del edificio, la mano de Ares volvió a su codo, pero esta vez con una fuerza que no admitía discusión. La giró para que lo mirara de frente.
Su expresión era de hielo tallado, pero en las profundidades de sus ojos, Lyanna creyó ver un destello de algo más. ¿Frustración? ¿Advertencia?
—Muy conmovedor —masculló, su voz tan baja y grave que solo ella podía oírla, una vibración que le recorrió el brazo—. Pero recuerda, ese performance es el único motivo por el que no te he echado a la calle donde, por lo que acabas de oír, aparentemente perteneces. No te equivoques y no me toques los huevos, porque si lo haces, te juro que voy a dejarte mendigando y vendiendo tu cuerpo por casa y comida.
La soltó como si quemara y se dio la vuelta, caminando hacia el auto con una postura rígida, sin mirar atrás.
Lyanna se quedó un momento más en la acera, sintiendo el peso de las miradas curiosas y el eco de la advertencia de Ares.
Cuando iba a subir al coche, tenía seguro, él bajó el vidrio y le dijo.
—Ya es muy tarde para llevarte a casa. Toma un taxi —le dijo tirándole un fajo de billetes en los pies.
Cerró el vidrio y arrancó encharcándola de barro.
Ella se quedó mirando el coche, desaparecer con una expresión mezcla de rabia e incredulidad y se dio cuenta de que no solo estaba atrapada en la vida de otra persona. Estaba atrapada en el ojo de un huracán de lujo y de desprecio.







