POV Aleksei Volkov.
El dolor en el costado izquierdo nunca se iba del todo; era un latido constante, un recordatorio de que los Donovan me habían tocado y yo había fallado. La bala de Sofía había atravesado el pulmón, pero el médico ruso que me sacó había hecho su trabajo y ahora respiraba, aunque cada inhalación fuera un castigo. Me levanté de la cama con esfuerzo y me acerqué al espejo del baño. El hombre que me devolvía la mirada parecía haber envejecido una década en tres semanas: cara pálida, ojos hundidos, barba descuidada, el pelo más largo y desordenado. Pero dentro de esa carcasa rota seguía ardiendo el mismo fuego que me había mantenido vivo desde niño: la necesidad de venganza y, ahora, algo mucho más peligroso. Gisel. Me apoyé en el lavabo y cerré los ojos. El recuerdo volvió sin pedir permiso, como siempre, y me golpeó con la fuerza de un martillo.
Fue en el garaje de la fortaleza, justo después de arrastrarla desde la lancha. La tiré sobre el capó del Mercedes negro, le