NARRADOR.
Venus había pasado dos noches enteras al lado de Draco, cuidando su sueño como si fuera una ceremonia privada, un ritual secreto que nadie más tenía derecho a presenciar. Salía de la habitación solo para traerle agua fresca, revisar los monitores médicos que pitaban como un corazón artificial o informar a Ángela sobre algún pequeño detalle: "Presión estable", "Fiebre bajando". Pero volvía siempre, como si el mundo exterior pudiera devorarlo si lo dejaba solo un segundo.
Esa mañana fue diferente.
Draco abrió los ojos por primera vez desde que la bala le había rozado el corazón en Alemania. El dolor era un fuego lento que le quemaba el pecho, pero lo primero que vio fue a Venus: parcialmente dormida en el borde de la cama, cabeza reposando sobre su brazo vendado, la otra mano entrelazada con la suya como si temiera que, al soltarlo, él se desvaneciera para siempre. Su cabello oscuro caía desordenado, ojeras profundas marcando su rostro pálido, pero incluso así era hermosa. Dema