POV ÁNGELA.
El avión llegó a la pista privada justo cuando el sol empezaba a sangrar en el horizonte, tiñendo el cielo de un rojo que me recordó demasiadas puestas de sol sobre charcos de sangre. Los motores aún rugían cuando ya estaba en la puerta, el corazón latiéndome en la garganta como un tambor de guerra. Había pasado la noche en vela, caminando de un lado a otro del centro de mando, Venus llorando en silencio frente a las pantallas apagadas, yo con las manos sobre el vientre, susurrándole a mis hijas que todo saldría bien aunque no lo creyera ni por un segundo. La ansiedad era un veneno lento: ¿y si la Viuda había tendido otra trampa? ¿Y si llegaban con un cuerpo pequeño envuelto en una sábana?
La puerta del avión se abrió. Y allí estaba Bruno, bajando la escalerilla con Gisel en brazos, envuelta en una manta como un tesoro frágil. Sus rizos dorados asomaban, su carita pálida pegada al pecho de él, ojos cerrados por el agotamiento. Verlos juntos me rompió algo por dentro: alivi