CAPÍTULO 37

POV ÁNGELA

El amanecer en la isla era un traidor. El océano parecía un espejo de cristal turquesa, la brisa suave mecía las palmeras como si el mundo entero estuviera en paz, y por un segundo —un maldito segundo— me permití creerlo. Acaricié mi vientre abultado, ya en el séptimo mes, sintiendo las pataditas sincronizadas de mis hijas como pequeños recordatorios de que algo puro aún sobrevivía en mí. Cerré los ojos y visualicé un futuro imposible: Bruno enseñándoles a nadar, yo riendo sin mirar por encima del hombro, nuestras niñas corriendo descalzas por la arena sin saber lo que era una bala. Un futuro sin sangre.

Pero la realidad siempre golpea más fuerte cuando menos lo esperas.

La puerta de la terraza se abrió de golpe, el estruendo rompiendo el silencio como un disparo. Fabiola entró primero, rostro pálido y cubierto de sudor a pesar del vuelo nocturno, seguida de Draco con la mandíbula tan tensa que parecía a punto de romperse. Solo verlos hizo que la paz se evaporara como humo.
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