CAPÍTULO 36

POV ÁNGELA

La suave brisa marina se colaba entre las palmeras, trayendo un olor salado y vivo que me resultaba tan extraño como un abrazo largamente esperado. Desde que llegamos a la isla, cada rincón parecía conspirar para devolverme la paz que la guerra me había robado a pedazos: el rumor constante de las olas rompiendo en la orilla, el sol calentando mi piel pálida por años de invierno ruso, el aroma a jazmín y fruta madura que flotaba en el aire. Era como si el mundo, por primera vez, hubiera decidido ser amable conmigo.

Esa noche, el sol se hundía en el horizonte con una lentitud agonizante, tiñendo el cielo de naranjas furiosos y morados profundos, como si el propio universo quisiera regalarme un atardecer que borrara todos los anteriores llenos de sangre y humo. Bruno tomó mi mano en silencio, sus dedos entrelazados con los míos con esa firmeza que siempre me anclaba cuando el mundo amenazaba con romperme. Caminamos por el jardín de la mansión, descalzos sobre la hierba tibia,
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