POV ÁNGELA
Las ganas de vomitar se habían convertido en una puta constante, un recordatorio cruel de que mi cuerpo ya no era solo mío. Despertaba con la boca llena de bilis, el estómago revuelto como si hubiera tragado veneno. A veces me pillaba en plena reunión, con Venus y Fabiola discutiendo coordenadas, y tenía que apretar los dientes, tragar saliva ácida y fingir que todo estaba bien. Otras veces era después de comer, cuando el olor de la comida —cualquier comida— me hacía correr al baño a vomitar hasta que solo salía agua y lágrimas. Había días en que lo controlaba, respirando hondo y acariciando el bulto que ya se notaba bajo mi ropa, susurrándole al bebé: "Aguanta, pequeño, mamá es fuerte". Y otros días... joder, otros días me sentaba en el suelo frío del baño y lloraba de pura rabia, porque este embarazo de alto riesgo me recordaba cada segundo que mi cuerpo estaba roto, que un riñón menos podía matarme en el parto, pero no iba a parar. No por nada.
Venus me observaba desde s