UNA ESCENA CEGADORA

Era difícil asociar al hombre que veía ahora con el hombre que siempre se mostraba apasionado cuando estaba a su alrededor.

No parecía que ambas personalidades fueran, de hecho, una sola persona.

Para no molestarlo, salió de puntillas lo más silenciosamente posible. Pero en cuanto dio el primer paso, el hombre la miró.

Le preguntó con ternura: —Bebé, ¿dormiste bien?—

 Dalila se quedó sin palabras.

Se mordió el labio y se volvió hacia él un poco avergonzada. —¿Te molesté?—

—No.—

Albert Kholl dejó la pluma fuente en su mano y la llamó con su dedo.

 Dalila caminó hacia él y él extendió la mano para atraerla hacia sí. Su fuerte brazo estaba alrededor de su cintura y fácilmente la movió a su regazo.

Le susurró

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