La ciudad, con sus calles bulliciosas y edificios que se alzaban como centinelas de cristal, parecía indiferente al torbellino interior que consumía a Camell Vargas. A sus treinta y siete años, Camell había intentado reconstruir su vida tras el colapso de su mundo, un colapso provocado por la traición de Malena, la hermanastra de Dalila Weber. La revelación, un año atrás, de que el hijo que Malena esperaba no era suyo lo había destrozado, arrancándole la ilusión que lo había atado a ella y dejándolo con el peso aplastante de haber perdido a Dalila, el amor de su vida, por una mentira. Ahora, trabajando como arquitecto en un estudio modesto en el corazón de la ciudad, Camell diseñaba casas con ventanales amplios, como si buscara dejar entrar la luz que faltaba en su alma.
Su oficina, un espacio pequeño con paredes cubiertas de planos y maquetas, olía a café recién hecho y a la tinta de los lápices que usaba para esbozar. Era un refugio donde intentaba mantener a raya los recuerdos, per