Diez años después, la mansión Kholl seguía siendo un faro de amor y risas, pero el mundo a su alrededor había evolucionado en una sinfonía de cambios, sueños cumplidos y promesas renovadas. Dalila Weber, ahora de cuarenta y cinco años, se había consolidado como una de las actrices más respetadas de su generación. Su papel como Isabella en Sombras de Cristal le había valido un premio nacional, y desde entonces había protagonizado tres películas aclamadas y una obra de teatro que agotó entradas durante meses. Su última película, Luz de Medianoche, una historia de redención sobre una mujer que reconstruye su vida tras la pérdida, estaba nominada a un galardón internacional, resonando con su propia historia de superar las traiciones de Eria y Malena. Pero para Dalila, el verdadero éxito era la familia que había construido con Albert Kholl, el hombre que seguía siendo su ancla, su hogar, su amor eterno.
Adrien, ahora un adolescente de trece años, era una presencia magnética, con los ojos g