La mansión Kholl, con sus ventanales reflejando un cielo gris de nubes bajas, parecía contener el aliento aquella tarde de finales de primavera. El aroma de la lluvia reciente se mezclaba con el de las gardenias que Dalila Weber tanto amaba, pero dentro de la casa, una tensión silenciosa se había instalado. Dalila, sentada en el sofá de la sala de estar, sostenía un guion de Sombras de Cristal, su nueva serie como coprotagonista, aunque sus ojos apenas recorrían las líneas. Su mente estaba en otro lugar, atrapada en los recuerdos de una mujer que había sido una sombra en su vida: Eria.
El teléfono sonó con un timbre agudo que rompió el silencio. Albert Kholl, que estaba revisando unos expedientes médicos en su estudio, contestó con su habitual calma profesional. Pero cuando colgó, su rostro estaba pálido, sus ojos grises nublados por una mezcla de conmoción y tristeza. Entró en la sala, buscando a Dalila con una urgencia que la hizo levantarse de inmediato. —Es Eria —dijo, su voz baja