La mansión Kholl, con sus muros de piedra que parecían susurrar historias de generaciones pasadas, estaba envuelta en una quietud tensa durante los primeros meses del embarazo de Dalila Weber. El aire de la primavera traía consigo el aroma de las lilas, pero dentro de la casa, el corazón de Dalila latía con una mezcla de esperanza y temor. Estaba embarazada, un sueño que ella y Albert habían acariciado en sus momentos más íntimos, pero el camino hacia la maternidad estaba resultando más frágil de lo que jamás imaginó. Las primeras semanas habían sido una danza delicada entre la alegría y la incertidumbre, con visitas frecuentes al doctor Vargas, colega de Albert, quien había advertido sobre una amenaza de aborto debido a complicaciones tempranas.
Dalila, sentada en la sala de estar con una mano protectora sobre su vientre aún plano, recordaba las palabras del doctor: "Reposo, Dalila. Nada de estrés. Tu cuerpo necesita calma para proteger a este pequeño." Albert, siempre su ancla, habí