Cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, Leah cerró su agenda y se masajeó la frente. Estaba agotada, pero sabía que la vicepresidencia no era un puesto de descanso. Además, no pensaba desaprovechar la oportunidad que su esposo le había dado. Antes de que pudiera seguir divagando, la puerta de su oficina se abrió de golpe.
La imponente figura de Kevin Hill irrumpió en su campo de visión, tomándola por sorpresa. Leah se incorporó enseguida, percibiendo el fastidio en su mirada y el tono colérico de su rostro. No quería iniciar una discusión absurda ni darle a Kevin más motivos para detestarla.
—La abuela ha ordenado que salgamos de viaje esta misma noche —dijo él con voz tajante—. Así que sé buena chica y coopera. No quiero perder mis inversiones en Brasil… y tú no querrás irte a vivir a Francia.
La sola mención de Francia hizo que Leah endureciera sus facciones.
—No olvido que tenemos un trato, señor Hill —respondió con calma contenida.
—Entonces ve a prepararte, porque cono