La consulta con el médico terminó con un ambiente agridulce. El diagnóstico era maravilloso, pero las advertencias eran estrictas. Leah sostenía con ambas manos la hoja que el doctor les había entregado, repasando cada indicación con la mirada mientras Kevin, a su lado, mantenía el ceño fruncido como si estuviera frente a un contrato de negocios que debía memorizar palabra por palabra.
—Los primeros tres meses son los más delicados —repitió el médico con tono profesional—. Nada de esfuerzos, nada de estrés innecesario…
Kevin asintió con tanta seriedad que el doctor casi sonrió.
—Y por supuesto, deben evitar cualquier actividad íntima hasta que el embarazo esté completamente estabilizado.
Leah sintió cómo su rostro se calentaba en el acto. Kevin no dijo nada, pero carraspeó, como si necesitara un segundo para procesar semejante restricción.
—¿Alguna duda? —preguntó el médico.
Kevin levantó la mano como un escolar responsable.
—Sí. ¿Qué considera exactamente como “esfuerzos”?
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