Luna
La noche había caído sobre la mansión como un manto de terciopelo negro. Me encontraba en nuestra habitación, hojeando un antiguo libro de poesía rusa que había encontrado en la biblioteca. Vladislav me había enseñado algunas palabras en su idioma natal, y aunque mi pronunciación era terrible, me gustaba intentarlo.
El reloj marcó las tres de la madrugada cuando decidí buscar a Vladislav. No había venido a la cama, y aunque esto no era inusual —los vampiros antiguos apenas dormían—, sentía una extraña inquietud en mi pecho, como si algo no estuviera bien.
Recorrí los pasillos en silencio, mis pies descalzos apenas rozando el suelo frío. La mansión parecía diferente por las noches, como si las sombras tuvieran vida propia y los cuadros siguieran mis movimientos con ojos invisibles. Mi condición de vampira me permitía ver en la oscuridad, pero aún así, había rincones donde la negrura parecía más densa, más... consciente.
Fue entonces cuando lo escuché. La voz de Vladislav llegaba d