Ámbar
Sigo arreglándome sin saber exactamente qué pienso hacer ni por qué me siento tan nerviosa. J.R. Oviedo no se ha puesto en contacto conmigo para contarme sobre su vida personal, pero es más que obvio que debe estar casado y tener hijos.
—¡Ay, Dios mío! —exclama Ruth al entrar en mi habitación y verme con el vestido negro que elegí—. ¿Me quieres convertir en lesbiana? Porque lo estás logrando.
Pongo los ojos en blanco mientras me río.
—No creo que lo logre, me falta algo fundamental entre las piernas —respondo.
—Maldición —masculla—. En fin, estás preciosa. J.R. Oviedo dejará a su esposa por ti.
—No me gustan los hombres casados —gruño, sintiéndome de mal humor—. Solo estamos hablando de una colaboración entre nosotros, no de una cita.
—Sí, claro, no es una cita, y por eso te pusiste el vestido más sexi que tienes en el guardarropa.
—Me lo voy a cambiar —murmuro, de pronto avergonzada.
¿Qué estoy pretendiendo con esto? No puedo intentar seducir a un hombre casado.
—No, por