Ámbar
Al despertarme, no me levanto de inmediato. Solo escucho los ruidos de Ana, que provienen de la cocina. Me duelen los ojos de haber llorado casi toda la noche, y el dolor de la culpa me consume. En el fondo, sé que esto es lo que toca, que tengo que ser fuerte por mi hijo, pero simplemente no me siento con fuerzas en este momento.
No creo que las tenga hasta que este sentimiento de culpa se desaparezca, no hasta que la expresión abatida de David se me logre olvidar. Sé que él me lastimó a mí, pero más odio haberlo herido a él.
—Buenos días, mi niña —me dice Anastasia al entrar en la habitación.
El olor de la comida llega a mi nariz, así que me levanto cubriéndome la boca. Le hago un gesto a Ana, que tiene un vaso de jugo en las manos, y me voy corriendo al baño para vomitar. Mientras lo hago, pienso en lo mala persona que soy por sentir asco de los olores.
¡Y sigo sintiéndome mal por culpa de David!
—¿Te encuentras mejor? —me pregunta ella, preocupada—. Las náuseas se están