El Palacio Vernier, un edificio barroco oculto entre los acantilados del lago Léman, era el lugar donde el poder se desnudaba sin miedo a ser juzgado. Allí, las máscaras eran reales… pero no de fiesta, sino de estrategia.
Isadora, envuelta en un vestido de terciopelo verde oscuro con transparencias sutiles en los hombros, descendió del auto con la precisión de una pantera. A su lado, Gabriel Belmont lucía como el guardián de un secreto milenario. Su presencia abría puertas, pero la suya… las cerraba con silencio.
Nadie cuestionaba quién era ella.
La llamaban de distintas formas en distintos idiomas.
La Veuve Noire
La Dama del Silencio
La Elegida del Norte
La Sombra de Belmont
Nadie acertaba. Y ella se encargaba de que siguiera así.
Ese evento reunía a diplomáticos, inversores, miembros de organizaciones supranacionales, e incluso figuras con cargos «no oficiales» en inteligencia y estrategia geopolítica. Isadora tenía una única misión esa noche:
Escuchar.
Pero no solo escuc