CAPÍTULO 42 AMOR Y REDENCIÓN
Zahar…
No sé cuánto tiempo dormimos, pero cuando abrí los ojos, sentí que mi espalda era una piedra quebrada. El suelo frío se me había metido en los huesos, y el sudor que antes empapaba mi cuerpo ahora se había secado dejándome la piel áspera y tirante.
Kereem seguía junto a mí. No dormía, pero tampoco hablaba. Solo tenía los ojos abiertos en la oscuridad, su rostro a centímetros del mío, y su respiración medida. Apoyaba la cabeza contra la pared, pero sostenía mi cintura como si su brazo fuera una cuerda de ancla.
—Hora de movernos —dijo Asad por el comunicador—. Tramo seguimos en el primer tramo.
Y odiaba escuchar eso.
Me obligué a incorporarme. Los demás hacían lo mismo. Algunos se frotaban los ojos, otros estiraban las piernas como podían en ese pasillo angosto. El aire no había mejorado, seguía sintiéndose viciado, como si lo hubieran exhalado cientos antes que nosotros.
Seguimos avanzando. Las horas se volvían borrosas y el túnel ya no solo era est