CAPÍTULO 28 AMOR Y REDENCIÓN

Zahar…

Apenas cerré la puerta detrás de él, su energía invadió cada rincón del apartamento.

Kereem no era un hombre que se adaptaba a los espacios: los ocupaba y los dominaba. Caminó hacia mí con una calma peligrosa, esa que solo tienen los hombres que saben exactamente lo que van a hacer con tu cuerpo.

—¿Quieres servirlo tú… o lo hago yo? —preguntó, alzando la botella de vino y mostrándomela.

—Sirve tú… después de todo, fue tu idea —le respondí, descalza aún, con la bata ceñida al cuerpo y me deslicé hasta el sofá, pero no me senté.

Kereem sonrió con picardía, se quitó la chaqueta, y buscó en la cocina las copas como un hombre simple, pero por supuesto, él no lo era.

Apoyé la cadera en la mesa baja, cruzando los brazos. Lo observé mientras quitaba el corcho con precisión, como si cada giro fuera una provocación lenta, y luego, sirvió una copa y me la ofreció.

—Durante la reunión, ¿notaste algo raro en el miembro iraní?

Asentí, tomando la copa que me sirvió y la llevé a mi nariz, inha
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