Capítulo 36: La consumación de un amor eterno

Llevo sus manos a mi torso, ella entiende que lo quiero y con sus dedos temblorosos comienza a desabotonar mi camisa. No dejamos de mirarnos a los ojos, la sensación de saber que ella me verá desnudo me pone nervioso, siento que se puede decepcionar de mí por mi edad, aunque sólo tenemos ocho años de diferencia, se nota demasiado.

Cuando me saca la camisa, fija su mirada en su nombre tatuado en mi corazón, pasa sus dedos por allí provocándome un estremecimiento, sube su mano hasta mi cuello y llega a mi rostro.

—Eres hermoso…

—Y tú eres más que eso.

Comienzo yo con la tarea de desnudarla, ella no se cohíbe, aunque sí se sonroja. Mis dedos son más topes porque siento que de alguna manera la estoy profanando, ella sonríe y me dice burlándose de mí.

—Ahora mismo estoy dudando de tu experiencia, Castelli.

—Es que siento que estoy cometiendo un delito —ella se ríe y se saca la parte superior dejando expuestos sus senos ante mí, paso saliva porque quiero comérmelos.

—Pues asegúrate de hacerlo bien o yo misma me cobraré.

Trato de sacar a ese seductor que lleva dormido dentro de mí tanto tiempo, me acerco a ella sin miedo y mis manos comienzan a tocarla casi sin tocarla, ella cierra los ojos, entreabre la boca para respirar mejor y puedo ver cómo sus pezones se vuelven más duros.

Sus manos van a mi pantalón, las mías a su falda y terminamos completamente desnudos, la levanto sin esfuerzo, ella me rodea con sus piernas por la cintura y caemos en la cama riéndonos por los nervios.

—Dame un segundo —le digo caminando al baño para buscar una toalla, al regresar ella frunce el ceño y le digo con voz ronca—. Vamos a ensuciar muchísimo al principio… no quieres que quede evidencia de mi delito.

Se ríe, pero ya no es por lo divertido, sino de nervios… yo mismo los siento ahora.

Extiendo la toalla, la muevo para dejarla sobre ella y luego de eso vuelvo mi atención a su cuerpo. Cuando me posiciono sobre ella nos reímos cómplices de nuestra intimidad, la beso con ternura, delicadamente y voy bajando por su cuerpo.

Isabella intenta cubrirse cuando se da cuenta del camino que estoy tomando, pero le tomo las manos, dejo un beso en sus palmas y la obligo a quitarlas, la miro a los ojos y está sonrojada.

—Es parte de hacerte el amor… primero quiero que sientas lo que es un orgasmo, de otra manera no sabrás si lo alcanzaste cuando me hunda en ti.

—¿Me estás enseñando?

—Claro que sí, mi hermosa Isabella… y si no lo consigues, tendré que esforzarme más, porque mi chica no puede quedar insatisfecha.

Sé que va a protestar de nuevo, pero un húmedo beso justo en su monte de Venus la calla. Luego mis dedos abren sus pliegues y mi lengua comienza a darle todo el placer que se merece.

Me enloquezco al saber que estos son sus primeros gemidos, sus primeros gritos ahogados, la veo aferrarse a la cama mientras abre más las piernas y levanta la pelvis para sentir mejor lo que le estoy provocando.

—Lorenzo… siento que, ay ya no sé lo que siento…

—Déjate ir, cariño, hazlo.

Puedo sentir cómo sus paredes estrangulan mis dedos, los espasmos la hacen retorcerse en la cama y yo subo para ver su rostro mientras experimenta su primer orgasmo de mi boca, no quiero olvidar jamás esta primera vez.

Comienzo a besarla con ternura, ella se aferra a mi cabello y a mi espalda, su pelvis busca más contacto y aprovecho esas ganas para posicionarme en su entrada y empujar un poco.

—Va a doler, mi hermosa, pero te prometo que te quitaré el dolor en cuanto te acostumbres —ella asiente, me mira directo a los ojos con un voto de confianza y me sonríe para animarme a hacerlo.

Sigo presionando para abrirme paso, esto es nuevo para mí porque hace tanto que no lo experimentaba y ahora me doy cuenta de que no hay punto de comparación entre la virginidad de aquella mujer y de mi Isabella.

—Te veo afligido —me dice con una ligera mueca de dolor—. ¿También te duele?

—No… es sólo que hace años que no lo hago y me está costando muchísimo no entrar de una vez, estás demasiado apretada y eso es la locura.

—Hazlo de una vez…

—No quiero causarte daño.

—De todas maneras, ya duele, que sea de una vez para que se pase pronto —asiento, ella atrae mi boca y me besa.

Entro de una vez, ella grita en mis labios y comienzo a besarla para distraerme de la imperiosa necesidad de embestirla como loco. Mis manos la tocan, acaricio su cuerpo para relajarla, una de mis manos va a uno de sus senos y pellizco suavemente el pezón, ella gime y con eso comienzo a moverme lentamente.

Vuelvo a separarme de ella para ver su rostro y puedo ver esa sonrisa hermosa, yo también sonrío mientras me muevo, nuestras manos se dedican a acariciar nuestros rostros, nos llenamos de besos y con esa delicadeza voy logrando que Isabella deje salir aquellos gemidos deliciosos.

—Sí… se siente rico así…

Me muevo lento para no acabar antes de tiempo, la beso, le muerdo el cuello, la acaricio y quiero que enloquezca por lo que es hacer el amor con la persona correcta.

—¿Sabes montar?

—¿Eh? —pero en lugar de responderle me giro bruscamente y la dejo sobre mí—. ¡Maldición, llega más adentro!

—¡Ah! —ese gemido sale como un gruñido, mis manos van a sus caderas y la ayudo a establecer un ritmo que nos encanta a los dos, puedo sentirlo por la manera en que ella aprieta mi pene con sus paredes.

Debo decir que jamás una mujer me sacó gemidos de placer puros y profundos, con cada movimiento de Isabella se me escapa uno junto a ella, es tan sublime, es como si fuera nuestra propia canción compuesta para la intimidad.

Se apoya en mi pecho, capturo uno de sus pechos con mi boca, mientras mis dedos se entierran en su cintura para moverla a un ritmo que nos enloquece a los dos.

—¿Estás bien? —me pregunta preocupada.

—Sí… mejor que nunca, ¿por qué?

—Es que gimes demasiado, no sabía que los hombres lo hicieran.

—No lo hacemos, a menos que sea muy…

—¿Rico? ¿Delicioso? —termina ella y me río.

—Sí… eso.

Sigo torturando con mi lengua su cuerpo, mientras ella busca el placer, de pronto comienza a moverse en círculos y con eso termina de matarme. Sus gemidos se convierten en gritos lastimeros, siento que ya no aguanto más, la ayudo a que sea más lento para que lo sienta mejor y nos corremos juntos en un escandaloso final para nuestra canción.

La atraigo a mi cuerpo para besarla, la abrazo y la dejo allí para que recupere la respiración. No puedo creer que la tengo así, descansando sobre mi pecho después de hacerla mía.

—Eso fue maravilloso, no pensé que sería de esa manera… mis compañeras siempre me dijeron que dolía.

—Si lo haces con la persona incorrecta por supuesto que sí —le digo besando su frente.

—¿Te gustó? —me mira como esperanzada y sonrío.

—Como no tienes idea… este experimentado te da un veinte de diez, jamás una mujer me oyó gemir como tú.

—Y tampoco ninguna otra te oirá, porque tus gemidos ahora me pertenecen.

Asiento acariciando su rostro, nos movemos un poco y nos quedamos así, sin decir nada más por un buen rato. Luego de un rato ella se levanta al baño, luego sale para buscar una bata y yo me voy con ella, cuidando de no mojarle el cabello.

La ayudo a limpiarse, haciendo que el gel de baño haga lo suyo, dando suaves masajes que le gustan. Al terminar la ayudo a salir, se seca el cuerpo y antes que se ponga la bata, la tomo entre mis brazos y me la llevo a la cama.

—¿Estás muy viejito para otra ronda? —me pregunta con el rostro encendido y eso sólo me causa más ternura.

—Claro que no.

—¿Podemos intentar otra posición? La que más te guste.

—En realidad no tengo una favorita, pero creo que puedo enseñarte otra.

Comienzo a besarla, a estimularla y cuando sé que está lo suficientemente excitada y lista para mí, la giro dejándola boca abajo, le levanto el trasero y dejo un beso allí antes de darle una nalgada. Luego paso mi lengua por su centro y ella da un respingo.

—¡¿Qué rayos fue eso?! Se sintió tan… prohibido.

—No, cariño, prohibido es esto —mi pulgar pasa por su ano con suavidad y ella deja salir un gemido—. Nunca lo he experimentado, pero creo que contigo quiero todo.

Me acomodo en su entrada y la embisto, desde allí todo se vuelve una locura, en donde nuestros cuerpos experimentan todo tipo de sensaciones y de placeres, en diferentes formas y lugares.

El sol nos encuentra amándonos con ternura, moviéndonos a un mismo ritmo, con una sonrisa en nuestros rostros mientras nos miramos fijamente.

Soy suyo, ella es mía… eso es lo único que nos importa ahora.

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