Capítulo 34: La danza de la perdición

Los días se pasan rápido, estoy de regreso en el trabajo porque quedándome en la casa no puedo hacer nada más que pensar en ella.

Estoy inmerso en mis papeles cuando una llamada de mi padre me saca de mi concentración.

—Padre, buenos días.

—Hijo, buenos días, ¿cómo te sientes?

—Mucho mejor, ya no siento comezón en el tatuaje.

—Sabes que no me refiero a eso.

—Y tú sabes que prefiero no hablar de eso a lo que te refieres —dejo salir un suspiro de frustración y me giro en la silla para ver por la ventana.

—¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?

—Nada padre, nadie puede hacer ya nada por mí… yo ya me di por vencido, mientras antes lo asuma y ustedes no acepten, es mejor, créeme —mi padre hace silencio y luego me dice más animado.

—Bueno… te cuento que Agustín ya ejecutó tu orden y con todo el gusto del mundo, así que esa mujercita ya no te molestará, los abogados están trabajando en la orden de alejamiento, pero tal parece que su madre se la llevará del país…

—Que bueno.

—Esa es la versión oficial… lo cierto es que la metió en un psiquiátrico, porque tú eres el tercer hombre que la demanda por lo mismo, además de los desórdenes mentales que la han llevado a hacer cosas terribles con su cuerpo.

«Pero además de llamarte para eso, te cuento que hoy tenemos una celebración previa al lanzamiento del la colección CIRTI. Será en el hotel Magnolia, en la azotea.

—Papi, sabes que no tengo ánimos para esto…

—Hijo, José se quedó más días sólo para esto, el lanzamiento será en cinco días y esta es una manera de sacarnos algo de estrés, porque tendremos prensa de todas partes.

—Sobre eso… ¿ya solucionaron lo de la modelo faltante?

—No lo sé, tu madre estaba arreglando ese problema, seguro que sí, de otra manera no estaría arreglando la fiesta de esta noche… anímate.

—Está bien, pero no me pidan que lo pase bien o que sonría, porque no estoy para eso, en serio que sí.

—No te preocupes… nos vemos a las nueve, en la azotea.

—Perfecto, ahí estaré.

A las cinco de la tarde dejo la oficina, llego a mi departamento en donde me doy una ducha larga para sacarme el olor a derrota y luego me visto con un traje negro, la camisa negra y una corbata marrón, como el color de sus ojos.

Salgo con rumbo al hotel, en donde al dar mi nombre me dicen por dónde ir al evento privado. Al llegar noto que el ambiente está relajado, están todos y me dejo abrazar por supuesto, las primeras en llegar son mis mujeres incondicionales.

Pía, Francesca y mi madre me abrazan al mismo tiempo, es gracioso hacerlo, porque todas son pequeñas, aunque Pía les saca suficiente ventaja a mi madre y a mi pequeña hermana.

—¿Cómo estás, tonto? —me dice Pía pegándome con suavidad en el brazo.

—Como podría estar cualquier hombre al que han rechazado.

—Dale tiempo —me dice Francesca—, tiene que sacarse de tu imagen de puto antes de aceptarte, la pobre quedó muy mal con lo del idiota ese…

—Su primer novio y la engañó —dice mi madre con dramatismo—. No es fácil, tú mismo con toda tu experiencia te sumiste en la soledad luego de Melike, ¿no crees que ella merece un poquito de tiempo?

—Le doy todo el que quiera… porque yo no quiero a nadie más en mi vida —vuelven a abrazarme y mis hermanas se van, dejándome solo con mi madre, quien me sienta en una silla bastante cómoda.

—Tu padre me dijo que estabas preocupado por la modelo de reemplazo, por fortuna la tenemos y es perfecta, así que tranquilo… esa perra loca no podía continuar, debiste decirme antes lo que estaba pasando.

—Lo sé, pero mi cabeza estaba sólo concentrado en Isabella, no pensé en nada más.

—¿Tanto la amas?

—Madre, si ella no quiere aceptarme, me quedaré solo, porque no podría traicionarla con otra mujer… es ella, mi amor, mi niña hermosa, a la que sería capaz de salvar de todo con tal de protegerla.

«Todo lo que han hecho los hombres de la familia por ustedes, sus mujeres… yo haría todo eso y mucho más.

Mi madre me mira con sus ojos brillantes por la emoción de mis palabras, me abraza y me deja un beso en la frente. Miro adelante y veo que hay un telón de hermosas telas, me ofrecen un trago pero lo rechazo, no quiero beber, el alcohol sólo magnifica mi dolor y no creo que mi cuerpo pueda resistirlo.

De pronto se encienden unas luces tras las telas y se deja ver una silueta, una canción que reconozco comienza a sonar, Hu de Simge empieza a sonar y me pongo de pie para escapar.

—No puede moverte de aquí —me dice Agustín sentándome otra vez, deja su brazo en mi hombro y Alex coloca el suyo en el otro.

—Déjate llevar, eres soltero y creo que necesitas liberar tensión —lo miro como si le hubiese salido otra cabeza, pero él sólo se ríe.

—No quiero…

Pero en cuanto la silueta traspasa las telas, el cuerpo de una mujer con un hermoso traje aparece moviéndose al ritmo de la música, lleva un velo que cubre todo su rostro y cabello, se acerca a mí lentamente, trato de ponerme de pie otra vez, pero vuelven a sentarme.

—Por favor… déjenme ir… —digo en un susurro mientras veo cómo la mujer se acerca a mí—. Si Isabella se entera, me va a matar y la perderé para siempre, yo no quiero, esta mujer no me provoca nada…

Pero es una vil mentira.

Las sensaciones que me provoca esta mujer me alertan, porque son especiales, me tiene por completo embobado, excitado, quiero poseerla de mil maneras distintas sólo con ese baile que sigue ofreciendo para mí y sólo por eso siento que es peligrosa.

Yo no quiero a otra mujer en mi vida, no quiero otra oportunidad con alguien más, yo sólo quiero a mi Isabella y si no es con ella, entonces no será con nadie, porque no existe mujer más buena, pura y que yo quiera amar por lo que me queda de vida.

La mujer se mueve sensual, llega hasta mí como invitándome a que la toque, pero yo sólo busco ayuda, a mi madre, alguien… pero nos hemos quedado solos.

—No puede ser…

Cierro los ojos, escondo mis labios y me encojo en mi asiento mientras siento cómo la mujer se acerca más a mí.

Estoy perdido.

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