6° Flores en Anónimo

Lianys

Los graznidos de las aves retumba en mis oídos como si estuviese en la casa de campo que compartí muchas veces con Kaem, el poco vello de mis brazos se erizaron al sentir una gélica brisa entrar por la puerta del balcón de la habitación. Mis párpados pesan pero aun con toda la dificultad, pude abrirlos haciendo que caiga en una terrible realidad — creo yo —. Esta alcoba es absoluta oscuridad con colores neutros y con pinturas en las paredes que no dejan mensajes para nada bonito, mi corazón late como loco al darse cuenta que es la recámara del Boss, mi marido.

Un pinchazo ataca mi cabeza provocando que la coja entre mis dos manos. Escucho agua caer del cuarto de baño, levanto la sabana y solo llevo mi diminuta braga.

¿Qué hiciste niña loca?

Vagos recuerdos invaden mi mente en los cuales estoy bailando y bebiendo con mi mejor amiga, un chico en el piso, Saskia bailandole a su hermano. ¡Dios! ¿Pero qué pasó ayer?

Recuerdo ver en la mirada azulada de Kaem el enojo y el deseo puro, esa misma que me he imaginado más de una vez cuando me he tocado pensando en él. Sus labios apoderándose de los míos con hambre, fuerza y demasiada demanda pero sobre todo, hay algo más que no logro definir o quizás todavía estoy muy ebria como para poder deducir que realmente ocurrió anoche. Tapo mis pequeños senos con la cobija al sentir palpitar mi centro recordando leves fragmentos de lo sucedido en su coche; sentir mi coño tan mojado solo por su presencia, su toque, sus fascinantes dedos dentro de mí. Esa mirada voraz que transmitía más de un mensaje que tal vez sí capté y no quiero aceptar.

El Boss aparece ante mi vista con una toalla alrededor de su cadera y otra entre sus manos secando su cabello negro como su alma. Gotas de agua recorren su torso hasta perderse en el inicio de la toalla blanca, paso saliva varias veces tratando de calmar mi corazón y respiración; sin embargo, al cruzar miradas con él todas las murallas que creía ver construido, se vinieron abajo.

Esos ojos son como el azul del cielo, como los mares más intensos. Azules como el azul del océano que te arrastra hasta ahogarte y descubrir sus mayores y fascinantes encantamientos. Esa sonrisa... ¡Carajo! Esa sonrisa ladeada y socarrona que me lleva a imaginar e idear una vida feliz, perfecta, loca y aventurera junto a él, sus lunares en el escultural rostros que porta son del color del café que deseo beber cada mañana en el desayuno con su presencia y si esta descripción que acabo de dar no es amor, entonces no sé qué sea.

— Buenos días, hermosa. — saluda y saca un bóxer de la gaveta — ¿Dolor de cabeza?

— Ehh... Umh... — balbuceo cuando delante de mí se quita la toalla y se pone la ropa interior, ¡Pero que grande es esa cosa! —. Me duele solo un poco.

— Entiendo, le diré a Jacinta que te dé algo para la resaca. En la cocina tienes una taza de caldo de pollo para que te siente mejor en el estómago. — se pone un pantalón negro — Espero que te guste.

Frunzo el ceño.

— ¿La preparaste tú?

Él me mira por un momento sin decir nada pero luego asiente. — Estaba aburrido, así que quise distraerme un rato en la cocina.

Por supuesto que es por eso boba, Kaem no te cocinaría solo porque quiere. No seas ilusa.

— Oh. Gracias.

— No hay de que. — me guiña un ojo.

Dejo la emoción a un lado de que por aburrimiento o no, hizo algo para mí para poderme concentrar en formular bien las palabras y hacerle la pregunta que atormenta en mi cabeza.

— Kaem...

— Dime.

Se gira mientras se abotona la camisa blanca. Sé que nota el incierto en mi cara por lo que se adelanta.

— ¿Piensas que tú y yo nos cogimos anoche? — enarca la ceja y sonríe con arrogancia.

Asiento con un poco de vergüenza.

— Querida e inocente Lianys, te juro que si tú y yo fuéramos tenido sexo no hay manera de que se te borrara de la cabeza, eso es algo imposible. — ríe meneando la cabeza.

¡Maldito egocéntrico!

Se coloca los calcetines, después los zapatos y se retira de la habitación dejándome hecha un ovillo en su cama. Me echo hacia atrás y miro el techo pensando en que tal vez hubiera sido mejor haber perdido mi virginidad anoche con él, cuando me sentía totalmente atrevida. Ahora me da un poco de pena verlo a la cara y a pesar de que es un gilipollas, no dijo absolutamente nada sobre lo que pasó en el coche. Quizás lo hizo por respeto, para que yo no me sintiera mal conmigo misma o llanamente le dió igual lo que los vidrios empañados del auto fueron testigos.

Me levanto envuelta en la sábana y salgo de la recámara para ir a la mía. En el camino me encuentro con Jacinta que me mira con picardía, las mejillas se ruborizan y con la cabeza gacha llego a mi destino.

Ingreso inmediatamente al baño y me coloco debajo de la lluvia artificial. El agua fría me hace estabilizar con rapidez, no permito que mi mente recuerde o piense en nada, solo quiero dejarla en blanco y tomar una ducha sin que la cabeza me esté carcomiendo por estúpida. Al culminar seco mi cuerpo y cabello para luego lavarme los dientes y hacer mi rutina con mi rostro, hay que tener un cutis de infarto como siempre me ha dicho la tía Arabella.

Al finalizar, me pongo un jean junto con un jersey color lila y unos tenis blancos. Dejo mi rostro natural sin una pizca de maquillaje y mi rebelde cabello es sujetado en una coleta alta. Busco mi móvil pero no lo consigo por ningún lado. Lo más seguro es que en la peda lo haya dejado en el club por estar despechada.

Blanqueo los ojos por mis propios pensamientos.

Bajo a la cocina y me encuentro con una jovén de mi edad limpiando la cocina. Ella al verme me sonríe de boca cerrada y me indica que en el microondas está el caldo de pollo que hizo mi marido. — hago énfasis en marido porque así me lo dijo ella — Yo misma lo caliento mientras la veo terminar de hacer sus deberes.

— No te había visto. ¿Eres nueva?

— Soy Samantha, la nieta de Jacinta, llegué esta mañana para ayudarla con sus servicios ya que está un poco mayor. — explica.

— Vale y ¿conoces desde cuándo a Kaem?

Ella me mira de arriba hacia abajo unos pocos segundos y luego responde.

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