En octavos de final enfrenté a una checa, muy hermosa, que era la décima del mundo y que había sido la gran sorpresa de las eliminatorias. Stanislava Pivarnik parecía una muñequita con sus pelos rubios encendidos, la mirada celeste y esa sonrisa larga dibujada en sus labios muy coquetos.
Apenas practicamos antes de jugar, lanzándonos pelotas y descubrí, de inmediato, que su revés era poderoso.
-Me va a complicar el partido-, junté los dientes. Ashley me daba masajes a los hombros, porque estaba muy tensa.
-Juégale igual. Tu también usa tu revés-, me dijo.
-¿Pero a una acción no debe haber una reacción?-, le bromeé.
-En este caso se llama de igual a igual-, me palmoteó Ashley las sentaderas.
Entonces el partido se hizo muy equilibrado, peleado, como decía mi entrenadora, de igual a igual. Los reveses de Stanislava eran respondidos de la igual manera. Los periodistas se miraban asombrados.
-¿Cómo es posible que las dos jueguen de la misma forma?-, decían. Yo les escuchaba y