El pasillo del hospital se tragó los pasos de Ivanka, resonando como martillazos en el silencio postraumático. Serguéi caminaba a su lado, su presencia una sombra sólida en medio del caos emocional que emanaba de ella. Al sentir su suspiro profundo, cargado del peso de Stlevana y la promesa hecha, volvió la cabeza.
— ¿Estás bien? — preguntó, su voz un bajo ronroneo de preocupación.
Ivanka no disminuyó el paso. Su perfil, tallado en mármol pálido bajo las luces fluorescentes, apenas se inmutó.
— Agotada. Son demasiadas cosas a la vez — admitió, las palabras saliendo rasgadas — Stlevana quiere divorciarse de Viktor. Y.… prometí llevarla a Kievak. En cuanto salga de aquí.
Serguéi la observó. En sus ojos, habituados a la sangre y las traiciones, brilló una compasión inusual, la veía como a una hermana menor arrancada de las pistas de hielo y arrojada a un tablero de guerra. Una niña obligada a empuñar el Haladie demasiado pronto.
— El jet estará listo para salir en un par de horas — asegu