La Alianza Impura
El silencio en la taberna del Dragón Ciego se había vuelto tan espeso y pesado como la melancolía que flotaba en el aire. Las risas y el murmullo de las conversaciones se extinguieron de golpe, dejando solo el crepitar del fuego en la chimenea y el eco de la voz de Orlo. La entrada de los espías de capa negra de Isabel había tensado la atmósfera hasta el punto de la ruptura, pero la aparición de un noble, un hombre de la misma clase que ellos, había congelado el tiempo. La lealtad, en un reino de intrigas, era una moneda de doble filo.
Los ojos de los espías, ocultos en la sombra de sus capuchas, se fijaron en Orlo. Lo reconocieron. El Barón Orlo, el noble de la arrogancia y la envidia, el hombre cuya familia competía por el poder en la corte. Su presencia allí, en el corazón del barrio de los plebeyos, era una anomalía. Y su voz, que se había alzado en defensa de un plebeyo y de un herrero, era un desafío que no podían ignorar.
—¿Qué haces aquí, Barón Orlo? —preguntó