El Rescate Audaz
El aire de la madrugada era helado, pero la adrenalina que corría por mis venas me mantenía caliente. En la bodega, los rostros de Conan, Gonzalo y Orlo estaban tensos, pero llenos de una determinación férrea. El plan de rescate estaba en marcha. La caravana de Orlo, una procesión solemne hacia su juicio y deshonra, ya había salido de la mansión De Córdoba.
—¡Ahora! —dijo Conan, su voz un murmullo que se extendió por la red de sombras.
Los primeros fuegos se encendieron en los callejones del barrio, pequeñas llamaradas que se extendían como una plaga. Gritos de alarma, sirenas de la guardia, el caos se apoderó de la ciudad. La distracción, una marea incontrolable, desviaba la atención de la guardia real de la caravana principal. Los espías de Isabel, que vigilaban el camino, se vieron forzados a dispersarse, sus ojos, antes fijos en Orlo, ahora buscando las fuentes del caos.
Mientras la ciudad ardía en un caos controlado, Gonzalo, con sus hombres leales, se posicionó e