El Herrero y la Confesión
La noche en la taberna del Dragón Ciego se rompió en un caos controlado. Mientras los espías de Isabel retrocedían, con la furia impotente grabada en sus rostros, Conan arrastró a Silvio por el pasadizo secreto. La adrenalina de la fuga me quemaba en las venas, un fuego que había estado latente desde que Kaida fue llevada. La oscuridad del túnel, húmeda y con olor a tierra, era mi hogar. Era el mundo que había abandonado por un imperio de tela, y al que ahora regresaba por amor. El herrero, con sus ropas sucias y su cuerpo tembloroso, tropezaba detrás de mí, su miedo más tangible que su propia carne.
—No me maten, por favor —murmuró Silvio, su voz era un susurro roto y lleno de terror—. Yo… yo hice lo que el príncipe Calix me ordenó. Yo no quería.
—Nadie te va a matar, Silvio —dije, mi voz era un murmullo de un hombre que tenía un propósito—. Pero tú vas a decir la verdad. Y esa verdad te liberará.
El túnel, que serpenteaba bajo las calles, nos llevó a una peq