Calix no se detuvo. Aunque fingía normalidad frente a los demás, escuché cada palabra que le dijo en voz baja a Orlo. Fue cruel y me heló la sangre:
__Así es, Kaida en realidad fue adoptada por mi padre, no es su hija biológica. Su verdadera identidad es la de una esclava, así que… ¿qué problema hay con que baile? Deberías estar orgulloso de su pasado, ¿no crees?__ Sentí que la sangre dejaba de circular en mi cuerpo, cada célula se paralizó ante la verdad que él acababa de revelar, una verdad que yo había intentado ocultar por años.
Orlo me tomó del brazo con fuerza, sus dedos apretándome. Su mirada, antes tierna, ahora parecía querer atravesarme, buscando una respuesta, una negación que yo no podía darle:
__Kaida, dime que… lo que dijo tu hermano no es cierto, ¿verdad? Dime que es una mentira, una cruel broma.
__Yo…__ mi garganta dolía, cada palabra era un esfuerzo que me arrancaba un trozo de alma. Clavé las uñas en las palmas de mis manos, el dolor físico como único apoyo. No me atreví a mirarlo. Temía ver en sus ojos el asco, la traición, el desprecio. Pero sentía su mirada, quemando mi espalda, consumiendo los últimos restos de mi dignidad.
Guardó silencio un instante, un silencio que se sintió eterno, lleno de reproche. Luego soltó otra pregunta, esta vez casi un rugido contenido, lleno de dolor y decepción, un tono que me rompió el corazón:
__¿Entonces me has estado mintiendo todo este tiempo? ¿Todo lo nuestro fue una farsa? ¿Cada palabra, cada caricia, era una falsedad?__¡No es así!__ di un paso hacia él, desesperada por explicarme, por aferrarme a lo que creía que teníamos. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, Calix extendió un brazo y me detuvo, una barrera infranqueable que me separaba de la única persona que había confiado en mí.
Me quedé paralizada. Orlo retrocedió, su rostro era una máscara de desilusión. Su mirada ya no mostraba ternura. Solo dijo con frialdad, su voz apenas un susurro, pero que resonó como un trueno:
__Lo siento… necesito pensar. No puedo… no puedo con esto. No puedo con la mentira, Kaida__Y se fue, desapareciendo entre la multitud, dejándome sola, expuesta, humillada. Mi pecho se oprimió con un dolor tan agudo que me quitó el aliento. Él se había ido.
Intenté buscarlo entre la gente, mis ojos desesperados, escaneando los rostros, pero él ya no estaba. Sentí un vacío inmenso. Salí corriendo de la sala del banquete, con la esperanza de alcanzarlo, de explicarle. Recorrí los pasillos, los jardines, lo llamé por su nombre, la voz quebrada por el llanto, mi garganta ardiendo. Pero no lo encontré. Él se había marchado. Me senté en el suelo frío de un pasillo oscuro, las lágrimas brotando sin control, mi corazón encogiéndose de dolor. Me había abandonado.
Calix tampoco se marchó. Se quedó ahí, de pie, como una estatua, su presencia una carga. Yo había pensado que, al revelar la verdad, se sentiría satisfecho. Pero no. Solo me miraba en silencio, sus ojos, antes tan indescifrables, ahora parecían albergar una tormenta propia. No sabía lo que había en ellos. ¿Dolor? ¿Arrepentimiento? ¿O quizá acababa de descubrir una emoción que él mismo no podía aceptar, un sentimiento que lo atormentaba tanto como a mí? En ese instante, entre él y yo se alzó un muro tan vasto como todo el reino, una barrera invisible de resentimiento y verdades no dichas.
La fiesta terminó muy tarde. Yo no regresé a mi habitación. No podía enfrentar la soledad de esas paredes, ni la mirada de los sirvientes que ahora me veían como una farsa. Me senté sola en un banco de piedra del jardín. El rocío de la noche empapó mi vestido, calándome hasta los huesos, y el maquillaje se había deshecho con las lágrimas. No sé cuánto tiempo estuve ahí, perdida en la oscuridad y el frío, sintiendo el vacío, hasta que escuché sus pasos acercándose, lentos y deliberados.
__Kaida…__me llamó en voz baja, su voz una caricia apenas audible en la oscuridad.
Levanté la cabeza para mirarlo, mi mirada gélida, endurecida por el dolor y la traición:
__¿Estás satisfecho? ¿Has logrado lo que querías? ¿Ver mi vida en ruinas te produce algún tipo de placer? ¿Es este tu triunfo, Calix?__La voz me salió más fuerte de lo que pretendía, cargada de resentimiento.
Pareció sorprenderse un segundo, su rostro se contrajo. Luego frunció el ceño, como si mis palabras lo hubieran golpeado.
__Yo solo… no quería que siguieras engañada. Tarde o temprano él lo sabría. Era una verdad que no podías ocultar para siempre. No podías construir tu vida sobre una mentira, Kaida__Su voz era una justificación débil, una excusa que sonaba hueca, una verdad que él había decidido revelar con la mayor crueldad.
Sus palabras me recordaron aquella noche, muchos años atrás, cuando nos vimos por primera vez. Estaba cubierta de lodo, envuelta en harapos, una niña perdida y asustada, y su padre, el Barón Lucian Lancaster, me había traído a esta mansión. Calix tenía solo seis años y se asustó al verme. Pero su padre dijo:
__Es tu hermana. De ahora en adelante, vivirá con nosotros__ Con una simple frase me sacó del barro y me arrojó a esta jaula dorada, una prisión de lujo y secretos, una vida que no me pertenecía. Él era un hombre cauteloso; jamás habría traído a una esclava sin razón. Seguro ocultaba algo. Incluso Calix nunca llegó a entender los verdaderos motivos de su padre, ni el misterio que me rodeaba.
__¿Y por eso decidiste ser tú quien me desenmascarara? ¿Delante de todos, en el momento más humillante, ante la persona que amaba?__ mi voz se volvió gélida, cortante__¿O es que… solo estabas celoso? Celoso de la atención de tu padre, celoso de mi felicidad, celoso de todo lo que no podías controlar. ¿Celoso de que alguien pudiera amarme, cuando tú mismo no te atrevías a hacerlo?.
No respondió, pero vi cómo su mirada temblaba, una lucha interna librándose en sus ojos, un conflicto que lo devoraba.
Me puse de pie y me acerqué a él, mis movimientos lentos, deliberados, cargados de una furia contenida y una amarga verdad. Mi tono era agudo, claro como una daga:
__¿De verdad crees que no sé lo que piensas? Desde niños, me mirabas como si fuera una intrusa, un estorbo. Y lo más patético es que… nunca pudiste odiarme del todo, nunca pudiste deshacerte de esa extraña atracción que sentías, esa tensión prohibida que te atormentaba.
__Cállate__ murmuró con voz ronca, pero sin fuerza, una súplica más que una orden. Era más un susurro de derrota.
__Me odias. Y me deseas__seguí, cada palabra bordeando el abismo, cada sílaba una provocación__Ni tú mismo te atreves a admitirlo, a reconocer la verdad de tus propios sentimientos, a enfrentarte a lo que realmente eres y lo que realmente quieres.
Mis manos se deslizaron lentamente por su cuello, mis dedos rozando su piel, una caricia peligrosa, una invitación a un juego perverso. Acerqué mis labios a su oído y susurré, mi voz apenas un aliento, pero cargada de una intención que lo haría temblar, una promesa de rendición y dominio: “¿No es esto lo que siempre quisiste? Ahora no tengo nada. Orlo se ha ido, me has quitado todo. Solo soy una esclava… una esclava a la que tú has concedido la libertad. ¿No es esto lo que siempre deseaste? ¿Tenerme a tu merced, completamente tuya, sin nadie que se interpusiera entre nosotros?”.
No sé si entendió la desesperación en mis palabras, la rendición disfrazada de desafío, o si simplemente lo quebró por completo, rompiendo las últimas barreras de su autocontrol. Lo único que sé es que, en el siguiente instante, me rodeó con fuerza, sus brazos apretándome contra su cuerpo con una intensidad que me quitó el aliento. No para poseerme, sino como quien se rinde por completo, como si mi presencia fuera su única ancla en un mundo que se desmoronaba. Fue un abrazo de desesperación, de anhelo, de una verdad que ambos habíamos negado demasiado tiempo.
La luz de la luna apenas iluminaba la ventana de mi habitación. Me sentía vacía, como si una parte de mi alma se hubiera desprendido. Las palabras de Calix resonaban en mi cabeza, una y otra vez, torturándome. Me habían arrancado la máscara de nobleza y me habían dejado expuesta, vulnerable. La humillación me quemaba por dentro. Había sido una esclava toda mi vida, y ahora el mundo lo sabía. Pero lo que más me dolía, lo que me rompía el corazón, era el rostro de Orlo, su expresión de incredulidad y horror. Sus ojos, antes llenos de amor y admiración, ahora solo reflejaban dolor y desilusión.
No pude soportar el tormento. Sabía que no podía quedarme en la mansión, no después de lo que había pasado. Tenía que buscar a Orlo, explicarle, rogarle que me entendiera. Quizás, solo quizás, aún había una esperanza para nosotros. La desesperación me dio fuerzas. Me puse una capa oscura para cubrir mi vestido de seda, que ahora me parecía una burla, y salí de la mansión. Las calles estaban desiertas, la oscuridad de la noche me envolvía, pero yo solo pensaba en llegar a él.
Caminé sin rumbo fijo, mis pasos resonando en el silencio de la madrugada, hasta que llegué a la casa del Conde Orlo. El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas. La mansión del conde se alzaba imponente ante mí, pero no me importaba su grandeza. Solo quería verlo a él.
El miedo me invadió, un nudo en el estómago que me impedía respirar. ¿Me rechazaría? ¿Me odiaría? ¿Podría perdonarme el engaño? Toqué la puerta con manos temblorosas. Después de unos minutos que parecieron una eternidad, la puerta se abrió. Era un sirviente, que me miró con sorpresa.
__Quiero ver al Conde Orlo__dije, mi voz apenas un susurro, pero firme__Es urgente.
El sirviente dudó, pero mi desesperación debió de convencerlo. Me dejó entrar y me guio a una sala de espera. Pocos minutos después, Orlo apareció. Su rostro estaba pálido, sus ojos cansados, pero al verme, un destello de sorpresa y… ¿esperanza?… cruzó por ellos.
__Kaida,__dijo, su voz apenas un susurro, lleno de dolor__No esperaba verte aquí.
__Orlo___ respondí, acercándome a él, mis manos temblaban__Por favor, déjame explicarte. Sé que lo que Calix dijo... es la verdad. Pero te juro que no quería engañarte. Nunca fue mi intención. Mi padre adoptivo me pidió que lo mantuviera en secreto. Él… él siempre me protegió de esa verdad__Las lágrimas brotaron de mis ojos, incontrolables, mi voz se quebró__Te amo, Orlo. Más que a nada en este mundo. Por favor, no me abandones. Podemos superar esto juntos__ Extendí mis manos hacia él, rogándole, suplicándole.
Orlo me miró, sus ojos azules llenos de una tristeza profunda. Podía ver el amor en su mirada, un amor que aún ardía a pesar de todo, pero también una barrera, un muro que se alzaba entre nosotros. Tomó mis manos entre las suyas, su tacto era suave, pero su agarre, débil, me transmitía su duda.
__Kaida__comenzó, su voz grave, su mirada fija en mis ojos. "Sé que me amas. Y yo... yo también te amo, con todo mi corazón. Lo sabes. Pero esto... esto es diferente. Me siento traicionado. No por ti, no realmente, sino por la verdad que se me ocultó. Pensé que te conocía, que éramos iguales. Pero ahora sé que no. La sociedad... mi familia... nunca aceptarán esto. Nunca me perdonarían estar con una esclava, por mucho que te ame." Soltó mis manos, y sentí un vacío helado en mi pecho.
Mis lágrimas caían sin parar.
__Pero Orlo, eso no importa. El amor es más fuerte que las clases sociales, ¿no lo crees? No podemos dejar que el mundo decida por nosotros__Intenté tomar sus manos de nuevo, pero él retrocedió un paso, su rostro reflejando una lucha interna, una batalla entre el amor y el deber, entre sus sentimientos y las expectativas de su mundo.
__Kaida, por favor, entiéndelo__dijo, su voz ahora más firme, aunque aún teñida de dolor __No puedo. Mi padre... la reputación de mi familia... todo está en juego. Ya se rumorea lo que pasó en el baile. Si sigo contigo, perderé todo. No solo mi futuro, sino el respeto de todos. No puedo hacerlo.__Cerró los ojos por un instante, como si el dolor fuera demasiado grande para soportarlo. Cuando los abrió, su mirada era de resignación__Lo siento, Kaida. Nuestra relación... es imposible. Debemos terminar aquí.
Sentí que el mundo se me caía encima. Mis rodillas flaquearon, el aire se me fue de los pulmones. Me desplomé en el suelo, las lágrimas ahogando cualquier sonido, mi cuerpo temblaba sin control. Él me amaba, lo sabía, pero no lo suficiente como para luchar. La diferencia de clases había ganado, la sociedad nos había aplastado.
Orlo se agachó a mi lado, sus ojos llenos de una pena profunda. Me tomó el rostro entre sus manos, sus pulgares acariciando mis mejillas, limpiando mis lágrimas.
__Te deseo lo mejor, Kaida. Espero que encuentres la felicidad, aunque no sea conmigo__Me dio un beso suave en la frente, un beso de despedida, lleno de ternura y tristeza. Luego, se levantó y se alejó, dejándome sola en la sala, con el corazón roto y el alma desgarrada.
Sabía que era el fin. Orlo se había ido, y con él, la última esperanza que me quedaba. Me quedé allí, tirada en el suelo, sintiendo el peso de mi soledad, el frío de la traición. Mi mundo se había derrumbado, y no sabía cómo levantarme. Pero una cosa era segura: ya no podía volver a la mansión Lancaster. No podía volver a la jaula. Tenía que encontrar mi propio camino, aunque fuera sola y sin rumbo fijo.