Me senté en mi escritorio mientras Danae dormía profundamente. Cerré los ojos por un momento, tratando de organizar mis ideas. Había mucho que asimilar. Entre la sorpresa por el beso, las inseguridades de Lucero sentía que estaba en medio de todo... y a la vez, al margen de muchas cosas.
La puerta se abrió de nuevo y, para mi sorpresa, Lucero asomó la cabeza. Parecía más tranquila, pero sus ojos todavía reflejaban nervios.
—¿Puedo entrar?
—Claro —sonreí, señalando la silla frente a mí —. Aunque pensaba ir a buscarte si no lo hacías.
Se sentó con lentitud, recogiendo sus manos en su regazo.
—No quiero que pienses mal de mí.
—Lucero, por favor —me incliné hacia ella —. Te conozco mejor que eso. No es el beso lo que me preocupa. Es que estés huyendo de algo que claramente te hace sentir bien.
—Es que... esto no estaba en mis planes. Nunca pensé que él... que yo... —Se interrumpió, buscando palabras —. No quiero hacer el ridículo, Ivanna. No quiero ser un error para él.
—¿Y si no lo eres?