Los dos meses siguientes a nuestra boda fueron los más intensos y hermosos de mi vida. Ver a Ivanna despertar cada mañana a mi lado, besar su frente y sentir los movimientos de nuestra hija. Porque estaba más que seguro que sería una hermosa niña.
Me volví adicto a hablarle a esa pequeña que aún no conocía, pero que ya amaba con todo lo que era. Cada patadita suya era una respuesta, una promesa de que pronto estaría con nosotros.
Me preparé para su llegada con una mezcla de alegría y miedo. Miedo de que algo saliera mal. De no ser suficiente. De no poder protegerlos a ambas. Pero cada vez que veía a Ivanna, firme, sonriente, incluso cuando estaba cansada, me recordaba que sí, que podíamos con todo.
Entonces llegó esa madrugada.
Ivanna me despertó con un susurro quebrado. Nunca la había visto tan pálida, ni tan fuerte al mismo tiempo. En menos de diez minutos ya estábamos en el auto. El camino al hospital fue eterno, aunque no tardamos mucho. Mis manos no dejaban de temblar mientras l