Lucia con una expresión entre nerviosa y determinada, con las manos temblorosas y los ojos húmedos. Quedé paralizada. Una corriente de frío me recorrió la espalda.
—Ivanna... tenemos que hablar.
Mi rostro se transformó en una máscara de hielo.
—No. No tenemos nada que hablar.
Intenté cerrar la puerta, pero él puso una mano contra ella, forzándola a mantenerse abierta.
—¡Por favor, solo escúchame! ¡Dame cinco minutos! ¡Te lo suplico!
—¡¿Cinco minutos después de abandonarme cuando apenas tenía dos semanas de embarazo?! —grité—. ¡No! ¡Te fuiste! ¡Y ahora no tienes derecho a volver!
—¡No sabía qué hacer! Me asusté, Ivanna. Pero no puedo sacarte de mi cabeza, ni a ti ni al bebé; soy su padre.
—¡Tú no eres nada! ¡No eres su padre! ¡No eres mi nada! ¡Sal de aquí!
—¡No me iré! ¡Merezco una oportunidad!
—¡No te mereces ni mirarme!
Intenté empujarlo, pero él me sujetó del brazo con más fuerza de la que esperaba. No me hizo daño, pero su desesperación empezaba a dar miedo.
—¡Déjame en paz! —grit