Aziel había decidido que llegáramos juntos a la compañía, sin importar lo que pudieran decir. Era evidente que manteníamos una relación, y no quería que la siguiéramos escondiendo.
Al cruzar la puerta, tomados de la mano, algunas miradas se posaron en nosotros, mientras otras fingían no vernos.
Cuando entramos al elevador, su mano se deslizó con naturalidad hacia mi cintura y dejó un beso cálido sobre mi cabeza.
—Cualquier cosa, llámame. Estaré para ti en un instante —susurró cerca de mi oído—. Más tarde bajaré a buscarte para almorzar juntos.
Sonreí y asentí. Cuando el elevador se detuvo, bajé en mi piso con un suspiro. Caminé hacia mi escritorio, pero antes de llegar, me encontré con Lucero y Regina, quienes sostenían una revista con expresión emocionada.
—¡Estamos en la portada! —exclamó Lucero con una sonrisa radiante—. Jamás imaginé salir en la portada de nada.
Regina soltó una risa ante su entusiasmo, mientras yo negaba con la cabeza, llevándome los dedos al puente de la nariz.